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El oficio de vivir. El vivir como arte / El arte de vivir

Lo que nuestro mundo necesita es una mejor enseñanza: es decir, una más alta «educación humana».

El vivir como arte / El arte de vivir

A pesar de las adversidades y contrariedades que nos acechan conviene no resignarse. Podemos mejorar. Es posible avanzar. Progresar es factible. Tomemos consciencia de ello. No abdiquemos.

E. Morin nos estimulaba a todos hacia una mayor toma de conciencia sobre nuestra condición y necesidades humanas y en definitiva hacia el aprendizaje y el progreso en el «arte de vivir», objetivo último de toda auténtica Educación. Hay un principio básico que debería estar enraizado, arraigado, en lo más íntimo de cada uno de los seres humanos, que de hecho en la práctica no lo está y que tampoco en general la Educación contribuye a que este sea integrado personalmente y asumido por cada uno de nosotros: los seres humanos estamos llamados a crecer, a desplegarnos humanamente, a progresar, a no quedarnos estancados, a desarrollar nuestra dimensión más propiamente humana. Estamos llamados a realizarnos como seres humanos. Como cualquier otro ser vivo todos podemos (debemos) crecer, desarrollarnos como personas, realizarnos, progresar, ir a más como seres humanos. En mi experiencia profesional educativa tratando con la gente común adulta y también no tan común he podido constatar que tal principio básico, tan elemental, no está presente, asumido conscientemente, no forma parte de la psicología de los individuos, de sus motivaciones y aspiraciones. La gente está en "otra onda". Más bien se tienen otras motivaciones, se tienen otros proyectos condicionados fundamentalmente por la mentalidad dominante del sistema social, se tienen otros propósitos vitales, se tienen otros desvelos más prosaicos, otras aspiraciones, bastante alejadas de tan central preocupación e interés existencial. Todo ello es fruto del deficitario nivel educativo que nos caracteriza y constituye una dimensión del tipo de cultura con la que el "sistema" intenta orientar y condicionar nuestras vidas. Esa orientación hacia la concepción de la propia vida como un proceso de autodesarrollo personal debería constituir parte esencial de toda verdadera y auténtica educación.

Todo ser vivo tiene como objetivo, propósito, finalidad, pretensión, el afán de «vivir».  ¿Pero qué es «vivir», qué significa «vivir», en qué consiste «vivir humanamente»? ¿Podemos vivir más plenamente, más humanamente? ¿Y qué implica todo ello? Nuestro horizonte vital no puede quedar reducido a simplemente vegetar como si fuéramos simples animales. ¿Tiene que ver algo la Educación con todo esto?

Lo que nuestro mundo necesita es una mejor enseñanza: es decir, una más alta «educación humana»


Como seres vivientes «vivir» es nuestra principal tarea, nuestra principal obligación, nuestro principal imperativo, nuestra principal responsabilidad. Ese es nuestro principal deber, nuestro principal «oficio», un oficio que podemos desempeñar bien, mal o regular. Un oficio que tan sólo algunos han sido capaces de convertirlo en «arte». Podemos considerar, pues, la vida como un «oficio» el cual mediante el debido aprendizaje podemos llegar a convertirlo incluso en «arte»: se trataría, pues, de tomar conciencia de que podemos avanzar y progresar en el complejo «arte de vivir».

Si no estuviéramos tan cegados por el ambiente reinante, tan alienados por la ideología dominante (cuyos valores nos inculca larvadamente a través de los más sutiles mecanismos) que orienta nuestras vidas hacia los valores propios del capitalismo y siguiendo la lógica del pensamiento neoliberal… nuestra tarea primordial debiera consistir en des-velar, perseguir e ir en pos de nuestras necesidades más profundas, de lo que más hondamente anhelamos y necesitamos: la necesidad de ser y de ser en plenitud, la experiencia de ser auténticamente, en busca de la vivencia profunda del sentido de la vida. Reflexionar y profundizar en qué consiste esta tan peculiar e intransferible tarea que cada uno se trae entre manos y alcanzar los conocimientos, la sabiduría vital necesaria, para vivir nuestra vida de forma más plena a fin de progresar en ese complejo «oficio» que es el vivir, no es una tarea menor.

El oficio de vivir. Somos más que simples animales. No podemos vivir al mismo nivel que los animales. Vivir humanamente puede considerarse como el principal «oficio» de todo ser humano. Es, debería ser, nuestro principal empeño en la vida… el principal empeño en el que cada uno debiera firmemente comprometerse. Todo gran empeño supone una gran dosis de compromiso e implicación. Vivir humanamente es, pues, nuestro principal oficio y como tal puede y debe ser objeto de aprendizaje. Los seres humanos no nacemos completamente determinados. Nuestra vida está abierta, no está determinada. Será cada cual quien tenga que recorrer la trayectoria por él diseñada. Debemos, pues, aprender a vivir ¿Pero “aprender” qué? Aprender a «vivir» humanamente, naturalmente, porque a vivir no se nace aprendido. Debemos aprender a vivir de una forma más plena y no solamente vegetar como simples animales. Desde esta perspectiva podemos convertir nuestra vida en un aprendizaje continuo. Debemos ir adiestrándonos en él hasta conseguir un cierto nivel o grado de dominio, de competencia. Ir acumulando un conjunto de aprendizajes y conocimientos, una sabiduría, que nos permitan desembarazarnos de las dependencias y esclavitudes que nos atenazan, a fin de llegar a ser autónomos y vivir responsablemente la propia vida. Atesorando una sabiduría de la vida que posibilite no simplemente vegetar y sobrevivir, sino incluso encaminarnos hacia la vida buena, a fin de desarrollar una vida más plena que la de simplemente vegetar o sobrevivir.

Existen diversos grados, intensidades o profundidades en el vivir: desde la del simple obrero, cuyas circunstancias vitales son tan precarias que no le permiten otra cosa sino trabajar para sobrevivir, procurar el sustento propio y el de su familia, quedando completamente absorbido por tan urgente y perentoria necesidad… hasta la del verdadero «sabio», que teniendo en menos los quehaceres comunes más cotidianos, se entrega con esmero a la búsqueda de la verdad, del significado y sentido de la propia existencia, y a des-velar el misterio, el secreto profundo de la realidad, acumulando a partir de la propia experiencia personal los conocimientos necesarios para vivir de una forma más plena, atesorando un determinado tipo de sabiduría que le permita afrontar, no como haría un animal sino humanamente, los avatares de la vida. Vegetar, sobrevivir, autorrealizarse, vida plena, fecunda, vida autorrealizada… son grados diversos de desarrollar la propia existencia.

El vivir como «arte»: el arte de vivir

«Vivir» es un arte y, en cuanto tal, puede y debe ser objeto de aprendizaje. Un «arte» que no todos alcanzan a dominar... A menudo nos dejamos llevar por la corriente, por las modas o las mentalidades dominantes, por ambientes concretos, circunstancias temporales… En ocasiones permitimos que sean otros los que en parte determinen nuestras decisiones... A veces parece que vivamos como vegetando. Vemos vidas dominadas por el aburrimiento, la monotonía, el cansancio, el tedio, el hastío… Sin embargo, son muchas las personas que podrían reorganizar sus vidas si dispusieran de un mayor nivel de Educación, de cultura, un mayor grado de cultura psicológica que les ayudara a comprender lo que significa el desarrollo y crecimiento personal. «Aprender a vivir», supone concebir la vida como una obra personal, como la realización de uno mismo (la autorrealización) dotándose de los medios necesarios para llegar a vivir la propia vida de una forma más plenamente humana.

Para una vida buena, para vivir más plenamente, necesitamos alcanzar cierta «sabiduría» de la vida, una sabiduría no innata, no adquirida por ciencia infusa, sino alcanzable, a menudo costosamente, a partir de la forja y el esfuerzo personal, cotidiano, de cada uno.

El «arte de vivir» es fruto de la sabiduría alcanzada por cada quien a partir de su propia experiencia de la vida. Es ese complejo cúmulo de conocimientos, experiencias vitales, aprendizajes que cada uno ha ido elaborando, atesorando, a partir de la propia experiencia frente a los avatares de la vida, frente a los retos que supone el vivir. Es la filosofía de la vida que cada uno ha ido elaborando en el transcurso de esa compleja trama que es el vivir. Todo el mundo tiene su propia «filosofía de la vida» aunque no todas tengan como meta y nos conduzcan a la «vida buena». Para salir del pozo hemos de ser conscientes de que estamos metidos en él. Para superarlas hemos de tomar conciencia de las "perversidades" del sistema de vida actual. Aunque hoy en nuestro mundo vivimos muy alejados de tan trascendental preocupación y ese tipo de sabiduría está poco valorada y por tanto poco cultivada entre nuestros contemporáneos, en la antigüedad ese tipo de «sabiduría», anhelada y perseguida por las mentes más preclaras y lúcidas, por los verdaderos sabios, era considerada como esencial en el «arte de vivir». Hoy como ayer sólo algunos llegan a dominar con soltura tal «arte», sólo una minoría consiguen llegar a ser «artistas» de su propia vida, los más quedamos atascados en el nivel de simples «aprendices» del complejo oficio del vivir.

El verdadero «artista» de la vida será aquel que haya alcanzado un alto grado de coherencia entre su manera de pensar y de vivir, entre su pensamiento y su forma de enfocar la vida, su forma de vivir. Aquel cuya forma de vida es la prueba palpable de la coherencia, armonía, entre su pensamiento y su acción; es decir, aquel que llega a ser creíble, aquel que es capaz de vivir de forma coherente y armoniosa entre su sentir, pensar, ser, hacer y actuar. El verdadero artista de la vida será aquel que haya alcanzado una total, completa coherencia, armonía, concordancia entre su decir, su pensar, su ser y su forma de vivir. Todo ser humano tiene, pues, un largo camino a recorrer para llegar a ser «artista» de su propia vida.

Esa tan necesaria preparación para la vida, esa competencia tan esencial para todo ser humano no puede quedar al margen de una tarea que sea verdaderamente educativa. La Educación y la Formación deben reenfocar sus finalidades actuales eminentemente “productivistas”. Además de focalizar su atención en dotar a las personas de determinadas competencias prioritariamente utilitarias para desenvolverse “productivamente” en el entorno en el que viven, deben también suministrar a los individuos instrumentos de cambio para que cada quien asuma con responsabilidad las riendas de su destino.  Hay que dotar a las personas de las «competencias» imprescindibles que les permitan desarrollarse en toda su integridad, ofreciéndoles cauces que les ayuden a orientarse hacia su total e integral autodesarrollo personal, encaminándoles hacia el desarrollo integral de su persona, de su salud física, mental y social. La pretensión es conseguir un nuevo escenario en que las personas vivan mejor y actúen más tiempo en el campo del «estar bien», de la vida buena. Esto exige en primer lugar comprender y tomar conciencia de la forma en que vivimos actualmente en nuestra sociedad, adquirir conciencia de los aspectos que precisan ser mejorados, seleccionar las posibilidades más adecuadas que nos permitan progresar humanamente de forma integral y no tan solo siguiendo la lógica del mercantilismo, el utilitarismo y del consumismo característicos de nuestro tiempo. Repasemos con un poco más de detalle algunas de estas cuestiones.

El nacimiento no como «acto», sino como «proceso»

"Vivir es nacer a cada instante". E. FROMM

Nacemos inconclusos. No nacemos ya hechos, concluidos, conformados definitivamente, sino que somos seres en constante, continuo, proceso de construcción. Decía E. FROMM que el nacimiento no es un «acto» sino un «proceso». Que la finalidad de la vida es nacer, pero nacer plenamente, aunque su tragedia es que la mayoría de nosotros muere antes de haber nacido verdaderamente. "Vivir es nacer a cada instante". La muerte se produce cuando ese nacimiento se detiene. Fisiológicamente, nuestro sistema celular está en un proceso de continuo nacimiento; psicológicamente, sin embargo, la mayoría de nosotros dejamos de nacer en determinado momento. Algunos nacen muertos; siguen viviendo fisiológicamente si bien, mentalmente, su aspiración es volver al seno materno, a la tierra, a la oscuridad, a la muerte. Otros muchos van un poco más lejos por el camino de la vida. No obstante, no pueden romper del todo el cordón umbilical que les continúa manteniendo unidos a la madre, al padre, a la familia, la raza, el Estado, a la posición social, al dinero, a los dioses; nunca surgen plenamente como ellos mismos y, en consecuencia, nunca nacen plenamente.

«Vivir» implica nacer completamente, desarrollar la propia conciencia, la propia razón, la propia capacidad de amar, hasta tal punto que se trascienda la propia envoltura egocéntrica y se llegue a una nueva armonía, a una nueva unidad con el mundo. (E. FROMM)

Vivimos como pensamos

El «vivir» engloba diversidad de aspectos: existencia biológica, reflexión moral, acción política, creación estética, ambiciones privadas, amor y odio, alianzas y rivalidades... son cada una de ellas facetas de la vida que no forman compartimentos estancos, sino que están interrelacionadas e imbricadas unas con otras. Las fronteras de la vida no están cerradas… pensar, emocionarse, trabajar, crear, gobernar o morir forman parte de un todo global que constituye eso que podíamos denominar «el oficio de vivir».

La vida siempre está por construir, es una estatua que hay que esculpir, una cima a conquistar.

Tan trascendental «oficio» como cualquier otro menor requiere de aprendizaje. Es posible destacar dos vías principales en el aprendizaje de este oficio. La vida no es nunca un guión predeterminado, un esquema preestablecido que basta ejecutar mecánicamente. Al contrario: la vida siempre está por construir, es una estatua que hay que esculpir, una cima a conquistar. O un destino, que es necesario desafiar y al mismo tiempo cumplir. Hay quien se mantiene permanentemente instalado en el simple «vivir» sin apenas otras aspiraciones ni pretensiones mayores. Otros, sin embargo, se plantean vivir más plenamente, perfeccionar su vida. «Perfeccionar» la vida significa, en primer lugar, educarse: aprender a relacionarse con uno mismo y con los demás. Integrar en la propia personalidad los valores en los que se funda la vida del hombre de bien. Esa educación debe producir gentes civilizadas, y una cultura básica, común a todos. Un segundo tipo de perfeccionamiento, este muy presente en el mundo clásico, era alcanzar una vida sin perturbaciones, una vida apacible, serena y soberana. El objetivo, en esta ocasión ya no era producir individuos civilizados, héroes o ciudadanos, sino «sabios», es decir, individuos capaces de conseguir la perfección accesible a los humanos. Individuos capaces de superar los conflictos dentro de sí mismos y con los demás. Esta vida suprema y sencilla, accesible a todos, pero alcanzada solo por una exigua minoría, todavía hoy nos puede servir de referente.

Crear el clima necesario

Tomar conciencia de lo que implica realmente querer vivir más humanamente requiere de cierta tranquilidad, serenidad y sosiego de espíritu, y haber desarrollado cierta capacidad reflexiva, puesto que la reflexión es la antesala de la transformación de uno mismo y de las circunstancias que nos rodean. A quien no reflexiona le queda muy menguada su capacidad de transformación. Hoy nuestro entorno ofrece un clima poco propicio para ello, para encontrarse con uno mismo y cultivar la lucidez. No es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de mensajes y reclamos que banalizan nuestra vida. Las preocupaciones, los problemas y las prisas de cada día no nos permiten detenernos, ni apenas permiten encontrarnos con nosotros mismos y así recuperar las riendas de nuestras vidas. Hoy nuestras vidas, sin apenas ser demasiado conscientes de ello, están medio “teledirigidas”. El “sistema”, la ideología dominante, ha producido un verdadero enmascaramiento de la realidad, un proceso de ideologización y de creación de una falsa conciencia (ver aquí) y nos ha alienado haciéndonos olvidar nuestras verdaderas y más profundas necesidades e instaurando la superficialidad y banalidad como la nueva normalidad. Hoy el sistema orienta nuestras vidas hacia el utilitarismo, el consumismo, a la buena vida, a la vida fácil…, es la mentalidad dominante en nuestro tiempo. De todo ello conviene tomar mayor conciencia.

El mundo clásico como referente: la transformación como fruto de la reflexión

La caída de las grandes ideologías, de los grandes proyectos sociales, de las utopías políticas nos han dejado huérfanos, en gran parte en la intemperie, sin referentes claros. Hoy la confusión, la desorientación, la perplejidad y el desánimo son patrimonio de nuestro tiempo. Nuestro mundo mucho puede aprender de otras épocas y civilizaciones. ¿Cómo se entendía la vida en el mundo clásico? Para el pensamiento clásico griego, por ejemplo, el ser humano era considerado un animal sí, pero un animal racional, reflexivo, y por eso el más noble de entre los animales. Su vida debía ser superior a la del simple nivel animal.  Su concepción de la vida era “global”, integral, abarcaba el conjunto de facetas de la vida. No hay separación entre pensamiento y acción, entre modo de pensar y modo de vivir, entre vida pública y vida privada. En su mundo la reflexión era una práctica primordial. Se consideraba que una vida sin examen, sin reflexión, era una vida vacua, trivial, una vida que así no valía la pena ser vivida. Esa reflexión no era sólo una actividad intelectiva, tenía un carácter eminentemente existencial, es decir, era una reflexión orientada primordialmente a la mejora, transformación, perfeccionamiento de uno mismo, ya que su finalidad era alcanzar una vida verdadera, la vida plena. Y para ello era necesario orientarse acertadamente, enfocar, encaminar adecuadamente la propia vida. Reflexionar, criticar, buscar qué vida es la mejor y aplicarse a ella: sin esa búsqueda, sin ese afán, vivir no merece la pena. De ahí el anhelo, el deseo, el afán por alcanzar la «sabiduría» necesaria para ello. De ahí el amor a la «sophia-sabiduría (filo-sofia) que impregnaba el espíritu de aquellas gentes.

El mundo clásico está imantado por el anhelo de alcanzar la «sabiduría», ese saber esencial para vivir dignamente como humanos. El método, el camino para llegar a ella es la reflexión, el replanteamiento de nuestra percepción de la realidad y de la propia vida. Su finalidad suprema es la transformación, el replanteamiento de la propia vida, la reorientación de la propia existencia, llegar a cambiar la propia vida a través de cambiar la forma de percibir las cosas, a través de actualizar el propio pensamiento, en vista a perseguir la coherencia y la integridad personal. Fue la principal tarea a la que se dedicaron una minoría: su principal inquietud consistió en descubrir la orientación, el enfoque, que deberían dar a su vida, en perseguir la «sabiduría» necesaria para alcanzar la vida verdadera, la felicidad irreversible. Esa fue la principal preocupación y la tarea fundamental a la que se entregaron las mentes más lúcidas de la antigüedad en los momentos más preclaros de aquella civilización.

La clave de la existencia radica, pues, en el pensamiento, en el cambio de nuestra mente, en nuestra forma de pensar y en nuestra forma de enfocar la vida.

Todas las escuelas de sabiduría griegas, sean cuales fueren sus divergencias, creen que el pensamiento debe transformar la existencia. Solo a partir de una vida examinada a través de la reflexión puede operarse esa conversión, esa transformación radical, una conversión que modificará hasta los gestos y las actitudes más cotidianos, hasta los sentimientos y las emociones que uno siente. Esta metanoia, ese cambio de la mente, esa transformación existencial, esa metamorfosis iniciada por el pensamiento terminará, se piensa, cambiando radicalmente la relación con los demás y con uno mismo. El verdadero «sabio» se interesa, está interesado, a través de una actitud interior de disponibilidad y atención lúcida, por las claves de la existencia, pues esas mentes lúcidas habían llegado por propia experiencia a la convicción de que el conocimiento profundo de la realidad y de nosotros mismos era la senda adecuada por la que el ser humano podía llegar a ser plenamente humano.

La clave de la existencia radica, pues, en el pensamiento, en el cambio de nuestra mente, en nuestra forma de pensar y en nuestra forma de enfocar la vida. Es preciso organizar las propias ideas para organizar la forma de vivir. De hecho, ambas cosas remiten constantemente la una a la otra. Modificar la vida es modificar el pensamiento. Pensar de otra forma es vivir de otra forma. Se trata de metamorfosear la propia forma de vivir a través de un trabajo largo y constante sobre uno mismo.

Veamos cuál era el enfoque, la filosofía de la vida, de uno de los grandes personajes del mundo clásico: Marco Aurelio, apodado el Sabio (Roma, 121​-180), fue el último de los llamados Cinco Buenos Emperadores, y está considerado como una de las figuras más representativas de la filosofía estoica. Su gran obra, Meditaciones, está considerada como un monumento al gobierno perfecto.

En la vida humana, el tiempo no es más que un instante. La sustancia del ser humano cambia sin cesar, sus sentidos se degradan, su carne está sujeta a la descomposición, su alma es turbulenta, la suerte, difícil de prever y la fama, un signo de interrogación. En breve, su cuerpo es un arroyo fugitivo, su alma, un sueño insustancial. La vida es una guerra y el individuo, un forastero en tierra extraña. Además, a la fama sigue el olvido. ¿Cómo puede hallar el ser humano una manera sensata de vivir? Hay una sola respuesta: en la filosofía. Mi filosofía consiste en preservar libre de daño y de degradación la chispa vital que hay en nuestro interior, utilizándola para trascender el placer y el dolor, actuando siempre con un propósito, evitando las mentiras y la hipocresía, sin depender de las acciones o los desaciertos ajenos. Consiste en aceptar todo lo que venga, lo que nos den, como si proviniera de una misma fuente espiritual. (Marco Aurelio)

Elaboración a partir de materiales diversos

Ver también:

El oficio de vivir (I) y (II)

Diferentes objetivos por los que viven los seres humanos

La «sabiduría» o el arte de vivir


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