presentació

…Y AQUÍ UN POCO DE HUMO…
PATIO DE ARMAS


HACERSE ADULTO

2. ¿Qué debo hacer?

 

Actividad de motivación

¿Cómo te imaginas tu futuro? ¿Qué significa la frase “el futuro ya no es lo que era”?

 

17)   Compara la viñeta de El roto y el artículo Ya soy redactor, de Mariano José de Larra: ¿qué tienen en común?

 

 

 

LO QUE ME GUSTARÍA QUE

FUESE

LO QUE ES

LO QUE PUEDE SER

LARRA

 

 

 

 

 

 

EL ROTO

 

 

 

 

Actividad introductoria: futuro indefinido

La mortaja es un cuento de Delibes cuyo protagonista también es un niño, el Senderines, quien se enfrenta súbitamente con la muerte de su padre, Trinidad ―Trino―. El Senderines intenta amortajar, infructuosamente, el cadáver mientras suena el ruido de fondo de la central hidroeléctrica donde trabajaba Trino. El niño decide pedir ayuda a los supuestos amigos de Trino ―Goyo y la Ovi, Conrado―, pero “los amigos de su padre o habían dejado de serlo o estaban afanados o sentían miedo de los muertos”. El Pernales accede a ayudarle, pero a cambio de quedarse con el traje nuevo, los zapatos, el despertador, los calcetines y la camisa de los domingos del difunto, entre otras cosas... Dándoselas, el niño “experimentaba, por primera vez, el raro placer de disponer de un resorte para mover a los hombres […] ‑¿Sabes escupir por el colmillo, hijo? […] ―No ―dijo el niño― ¿Cómo se escupe por el colmillo? ―preguntó, interesado. Comprendía que ahora, que estaba solo en el mundo, le convenía aprender la técnica del dominio y la sugestión.”

 

Vamos a leer este fragmento de La mortaja para descubrir más cosas:

 

El niño jugaba en el camino, junto a la casa blanca, bajo el sol, y sobre los trigales, a su derecha, el cernícalo aleteaba sin avanzar, como si flotase en el aire, cazando insectos. La tarde cubría la cuenca compasivamente y el hombre que venía de la falda de los cerros, con la vieja chaqueta desmayada sobre los hombros, pasó por su lado, sin mirarle, empujó con el pie la puerta de la casa y casi a ciegas se desnudó y se desplomó en el lecho sin abrirlo. Al momento, casi sin transición, empezó a roncar arrítmicamente.

El Senderines, el niño, le siguió con los ojos hasta perderle en el oscuro agujero de la puerta; al cabo, reanudó sus juegos.

[…]

A su padre le daba de lado que él se distrajese de esta o de otra manera. A Trino lo único que le irritaba era que él fuese débil y que sintiese miedo de lo oscuro, de los lucios y de la Central. Pero el Senderines no podía remediarlo.

Cinco años antes su padre le llevó con él para que viera por dentro la fábrica de luz. Hasta entonces él no había reparado en la mágica transformación. Consideraba la Central, con su fachada ceñida por la vieja parra, como un elemento imprescindible de su vida. Tan sólo sabía de ella lo que Conrado le dijo en una ocasión:

―El agua entra por esta reja y dentro la hacemos luz; es muy sencillo.

Él pensaba que dentro existirían unas enormes tinas y que Conrado, Goyo y su padre apalearían el agua incansablemente hasta que de ella no quedase más que el brillo. Luego se dedicarían a llenar bombillas con aquel brillo para que, llegada la noche, los hombres tuvieran luz. Por entonces el «bom‑born» de la Central le fascinaba. Él creía que aquel fragor sostenido lo producía su padre y sus compañeros al romper el agua para extraerle sus cristalinos brillantes. Pero no era así. Ni su padre, ni Conrado, ni Goyo, amasaban nada dentro de la fábrica. En puridad, ni su padre ni Goyo ni Conrado «trabajaban» allí; se limitaban a observar unas agujas, a oprimir unos botones, a mover unas palancas. El «bom‑bom» que acompañaba su vida no lo producía, pues, su padre al desentrañar el agua ni al sacarla lustre; el agua entraba y luego salía tan sucia como entrara. Nadie la tocaba. En lugar de unas tinas rutilantes, el Senderines se encontró con unos torvos cilindros negros, adornados de calaveras por todas partes y experimentó un imponente pavor y rompió a llorar. Posteriormente, Conrado le explicó que del agua sólo se aprovechaba la fuerza; que bastaba la fuerza del agua para fabricar la luz. El Senderines no lo comprendía; a él no le parecía que el agua tuviera ninguna fuerza. Si es caso aprovecharía la fuerza de los barbos y de las tencas y de las carpas, que eran los únicos que luchaban desesperadamente cuando Goyo pretendía atraparlos desde la presa. Más adelante, pensó que el negocio de su padre no era un mal negocio, porque don Rafael tenía que comprar el trigo para molerlo en su fábrica y el agua del río, en cambio, no costaba dinero. Más adelante aún, se enteró de que el negocio no era de su padre, sino que su padre se limitaba a aprovechar la fuerza del río, mientras el dueño del negocio se limitaba a aprovechar la fuerza de su padre. La organización del mundo se modificaba a los ojos de el Senderines; se le ofrecía como una confusa maraña.

A partir de su visita, el «bom‑bom» de la Central cesó de agradarle. Durante la noche pensaba que eran las calaveras grabadas sobre los grandes cilindros negros, las que aullaban. Conrado le había dicho que los cilindros soltaban rayos como las nubes de verano y que las calaveras querían decir que quien tocase allí se moriría en un instante y su cuerpo se volvería negro como el carbón. Al Senderines, la vecindad de la Central comenzó a obsesionarle. Una tarde, el verano anterior, la fábrica se detuvo de pronto y entonces se dio cuenta el niño de que el silencio tenía voz, una voz opaca y misteriosa que no podía resistirla. Corrió junto a su padre y entonces advirtió que los hombres de la Central se habían habituado a hablar a gritos para entenderse; que Conrado, la Ovi, y su padre, y Goyo voceaban ya aunque en torno se alzara el silencio y se sintiese incluso el murmullo del agua en los sauces de la ribera.

[…]

Se limpió los dedos al pantalón y entró en la casa. Sin una causa aparente, experimentó, de súbito, la misma impresión que el día que los cilindros de la fábrica dejaron repentinamente de funcionar. Presintió que algo fallaba en la penumbra aunque, de momento, no acertara a precisar qué. Hizo un esfuerzo para constatar que la Central seguía en marcha y acto seguido, se preguntó qué echaba de menos dentro del habitual orden de su mundo. Trinidad dormía sobre el lecho y a la declinante luz del crepúsculo, el niño descubrió, una a una, las cosas y las sombras que le eran familiares. Sin embargo, en la estancia aleteaba una fugitiva sombra nueva que el niño no acertaba a identificar. Le pareció que Trinidad estaba despierto, dada su inmovilidad excesiva, y pensó que aguardaba a reconvenirle por algo y el niño, agobiado por la tensión, decidió afrontar directamente su mirada:

―Buenas tardes, padre ―dijo, aproximándose a la cabecera del lecho.

Permaneció clavado allí, inmóvil, esperando. Mas Trino no se enteró y el niño parpadeaba titubeante, poseído de una sumisa confusión. Apenas divisaba a su padre, de espaldas a la ventana; su rostro era un indescifrable juego de sombras. Precisaba, no obstante, su gran masa afirmando el peso sobre el jergón. Su desnudez no le turbaba. Trino le dijo dos veranos antes: «Todos los hombres somos iguales.» Y, por vez primera, se tumbó desnudo sobre el lecho y al Senderines no le deslumbró sino el oscuro misterio del vello. No dijo nada ni preguntó nada, porque intuía que todo aquello, como la misma necesidad de trabajar, era una primaria cuestión de tiempo. Ahora esperaba, como entonces, y aun demoró unos instantes el dar la luz; y lo hizo cuando estuvo persuadido de que su padre no tenía nada que decirle. Pulsó el conmutador y al hacerse la claridad en la estancia, bajó la noche a la ventana. Entonces se volvió y distinguió la mirada queda y mecánica del padre; sus ojos desorbitados y vidriosos. Estaba inmóvil como una fotografía. De la boca, crispada patéticamente, escurría un hilillo de baba, junto al que reposaban dos moscas. Otra inspeccionaba confiadamente los orificios de su nariz. El Senderines supo que su padre estaba muerto, porque no había estornudado. Torpe, mecánicamente fue reculando hasta sentir en el trasero el golpe de la puerta. Entonces volvió a la realidad. Permaneció inmóvil, indeciso, mirando sin pestañear el cadáver desnudo. A poco, retornó lentamente sobre sus pasos, levantó la mano y espantó las moscas, poniendo cuidado en no tocar a su padre. Una de las moscas tornó sobre el cadáver y el niño la volvió a espantar. Percibía con agobiadora insistencia el latido de la Central y era como una paradoja aquel latido sobre un cuerpo muerto. Al Senderines le suponía un notable esfuerzo pensar; prácticamente se agotaba pensando en la perentoria necesidad de pensar. No quería sentir miedo, ni sorpresa. Permaneció unos minutos agarrado a los pies de hierro de la cama, escuchando su propia respiración. Trino siempre aborreció que él tuviese miedo y aun cuando en la vida jamás se esforzó el Senderines en complacerle, ahora lo deseaba porque era lo último que podía darle. Por primera vez en la vida, el niño se sentía ante una responsabilidad y se esforzaba en ver en aquellos ojos enloquecidos, en la boca pavorosamente inmóvil, los rasgos familiares. De súbito, entre las pajas del borde del camino empezó a cantar un grillo cebollero y el niño se sobresaltó, aunque el canto de los cebolleros de ordinario le agradaba. Descubrió al pie del lecho las ropas del padre y con la visión le asaltó el deseo apremiante de vestirle. Le avergonzaba que la gente del pueblo pudiera descubrirle así a la mañana siguiente. Se agachó junto a la ropa y su calor le estremeció. Los calcetines estaban húmedos y agujereados, conservaban aún la huella de un pie vivo, pero el niño se aproximó al cadáver, con los ojos levemente espantados, y desmanotadamente se los puso. Ahora sentía en el pecho los duros golpes del corazón, lo mismo que cuando tenía calentura. El Senderines evitaba pasar la mirada por el cuerpo desnudo. Acababa de descubrir que metiéndose de un golpe en el miedo, cerrando los ojos y apretando la boca, el miedo huía como un perro acobardado.

Vaciló entre ponerle o no los calzoncillos, cuya finalidad le parecía inútil, y al fin se decidió por prescindir de ellos, porque nadie iba a advertirlo. Tomó los viejos y parcheados pantalones de dril e intentó levantar la pierna derecha de Trinidad, sin conseguirlo. Depositó, entonces, los pantalones al borde de la cama y tiró de la pierna muerta hacia arriba con las dos manos, mas cuando soltó una de ellas para aproximar aquellos, el peso le venció y la pierna se desplomó sobre el lecho, pesadamente. A la puerta de la casa, dominando el sordo bramido de la Central, cantaba enojosamente el grillo. De los trigales llegaba, amortiguado, el golpeteo casi mecánico de una codorniz. Eran los ruidos de cada noche y el Senderines, a pesar de su circunstancia, no podía darles una interpretación distinta.

Miguel Delibes, La mortaja

 

 

18)   Comenta el siguiente esquema, releyendo las frases destacadas en negrita del fragmento que acabas de leer:

 

 

 

 

 

 

Observa que el efecto que tiene la peste en los ciudadanos de Orán (en la novela de Albert Camus) viene a ser el mismo que el paro de la fábrica en el cuento de Miguel Delibes:

 

En otras circunstancias,  nuestros conciudadanos siempre habrían encontrado una solución en una vida más exterior y más activa. Pero la peste los dejaba, al mismo tiempo, ociosos, reducidos a dar vueltas a la ciudad mortecina y entregados, un día tras otro, a los juegos decepcionantes del recuerdo (La peste)

 

Asimismo, una tarde, el verano anterior, la fábrica se detuvo de pronto” y entonces el Senderines “advirtió que los hombres de la Central se habían habituado a hablar a gritos para entendersey seguían voceándose, “aunque en torno se alzara el silencio” (La mortaja).

 

Contexto histórico: la Guerra Civil

Igual que en el cuento de Aldecoa …y aquí un poco de humo…, en este otro de Chaves Nogales aparece la Guerra de Cuba como lejano precedente de la Guerra Civil (recuérdese que la Constitución de 1812 definía a la Nación española como "la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios"); pero a diferencia de Patio de armas, en éste de Chaves Nogales padre e hijo están en bandos opuestos durante la Guerra que, por eso, se llamó Civil:

 

Valero se levantó y se fue. Vagabundeó otra vez por las calles, ahora desiertas y jalonadas por el alerta de los milicianos. Dio muchas vueltas por los mismos sitios, y era ya muy tarde cuando se decidió a franquear el portalaón del recio convento que los milicianos habían convertido en prisión. Habló con el camarada responsable que estaba de guardia y pasó a la galería que le indicó.

A lo largo del muro había de quince a veinte petates y acurrucados en ellos, yacían los presos. Buscó al viejo con la mirada a la luz amarillenta y tenue de la única bombilla eléctrica que alumbraba la galería. Allá estaba sentado al borde del camastro con la cabeza de pelo cano e hirsuto doblada sobre el pecho y los brazos caídos entre las piernas. Se le acercó lentamente. El viejo al levantar la cabeza le vio y pareció que se alegraba, pero ni se movió siquiera.

―Hola, padre.

―Hola.

―¿Cómo estás?

―Ya lo ves.

―He venido por si querías algo.

―No; nada.

―Estaré un rato contigo.

―Bueno; siéntate.

Le hizo un lado en el borde del petate.

Como ni el padre ni el hijo eran capaces de decirse nada, sacaron unos cigarrillos y se pusieron a fumar. El joven, mientras encendía el suyo, pensó: ¿cuánto tiempo hace que mi padre me permite fumar delante de él? ¿Tres años? ¿Cinco? ¿Le parecerá ahora mismo una falta de respeto que fume en su presencia? ¡Qué extraño ha sido siempre el viejo! ¡Y así será hasta que se muera… o hasta que le maten!

Cortó el curso de su pensamiento y se distrajo mirando la pared desnuda de la galería. El viejo, con la cabeza baja, le miraba de reojo y pensaba orgulloso: «es fuerte. Más fuerte que yo». Al compararse con el hijo, le subió a la boca un agrio resentimiento. Él también había sido fuerte y sano en su juventud. Cuarenta años antes, cuando sentó plaza en el ejército de Cuba soñando aventuras y heroísmos imperiales, nada hubiera tenido que envidiar a aquel mocetón presuntuoso. La campaña, la fiebre, el hambre y la derrota le devolvieron a la Península después de la catástrofe colonial, convertido en el espectro de sí mismo. Le habían sacrificado a la Patria. No le quedaba más consuelo que el de sentirse orgulloso de su sacrificio. Por eso siguió en el ejército, rindiendo un culto idólatra a los mitos gloriosos que destrozaron su juventud y le amarraron luego a una vida triste de oficial con poca paga, destinado siempre en ciudades viejas y míseras de escasa guarnición. El uniforme y la supeditación al Estado en un pueblo vencido que odiaba a los militares fueron su cruz y su blasón. Cuando le nació un hijo, quiso librarlo de aquella servidumbre sin gloria ni provecho e hizo de él un universitario, un intelectual. El hijo se le hizo comunista. Y ahora, cuando al final de su vida sonaba la hora ansiada de la reivindicación, cuando los militares habían encontrado al fin un caudillo invicto, Franco, y un ideal nuevo que galvanizaba los viejos ideales periclitados, el fascismo, el hijo aquel se alzaba frente a él oponiéndole la barrera infranqueable de su voluntad juvenil, más fuerte que su viejo resentimiento. ¡Más fuerte!

El viejo dio unas chupadas voraces a su cigarrillo y se quedó mirando de hito en hito a su adversario. El joven sostuvo imperturbable la mirada. Y como ni el padre ni el hijo eran capaces de decirse nada, se levantaron silenciosos del camastro cuando hubieron apurado la colilla.

―¿No necesitas nada, de verdad?

―No; nada.

Se abrazaron y besaron con recíproca ternura.

―Adiós.

―Salud.

Manuel Chaves Nogales, ¡Masacre, masacre!

 

19)   ¿Cómo se manifiesta en el texto la diferencia irreductible que separa a padre e hijo?

20)   Las palabras de la despedida ¿son significativas de algo?

21)   Habiendo leído este fragmento, ¿a qué crees que hace referencia el título del cuento?

 

Patio de armas: crecimiento social

Lee el cuento de Aldecoa, fijándote en que lo importante son las elipsis (aquello de lo que no se habla explícitamente, ni aun en la intimidad). Hay, por ejemplo, dos huidizas referencias a un “traslado de presos” y también a una “ofensiva”:

 

22)   ¿Qué consecuencias tienen ambos?

 

Relación con los conocimientos previos: guerracivilismo

23)   Localiza en los textos de las actividades sobre el 7 de julio. El sentido histórico las palabras “reconciliación” y “exterminio”, y compara la referencia a los “trescientos sesenta y cinco motines al año”, hecha en aquel Episodio, con estas otras, escritas en Barcelona unos quince años antes de estallar la Guerra Civil:

 

És trist que en aquest país, per remoure una petita cosa, s’hagi de fer una revolució cada setmana.

 

[Es triste que en este país, para cambiar una cosa pequeña, se tenga que hacer una revolución cada semana]

 

Josep Pla, El quadern gris 14 de marzo de 1919

 

―La penya estigué sempre formada, des dels seus inicis a l’Ateneu de la plaça del Teatre, per intel·lectuals, artistes i burgesos, incloent en aquesta darrera classe els advocats, metges, etc. Els qui en formaven part foren sempre gent de tarannà conservador i de temperament liberaloide o, si voleu, anarcoide. Gent d’una determinada personalitat davant de la vida, que podien estar en desacord davant de moltes coses, però que unien la tolerància i el respecte. Ara, això va desapareixent. […] Hi ha elements francament simpatitzants amb el sindicalisme [i] les patums de la Lliga. […] Davant de tot aquest panorama, s’està formant a la penya el partit en contra, el dels conservadors. […] Hi ha persones que, a la penya, s’hi comencen de sentir malament. Això és un fet nou. I és que ja no és una penya, sinó grups antagònics, que algun dia es barallaran…

 

[―La peña siempre estuvo formada, desde sus inicios en el Ateneo de la plaza del Teatro, por intelectuales, artistas y burgueses, incluyendo en esta clase los abogados, médicos, etc. Sus integrantes siempre fueron gente de talante conservador y temperamento liberaloide o, si usted prefiere, anarcoide. Gente de una determinada personalidad ante la vida, que podían estar en desacuerdo respecto a muchas cosas, pero a quienes unía la tolerancia y el respeto. Ahora eso va desapareciendo. […] Hay elementos francamente simpatizantes con el sindicalismo [y] las tarascas de la Lliga. […] Frente a todo este panorama, se está formando en la peña el partido contrario, el de los conservadores. […] Hay personas en la peña que empiezan a sentirse incómodas. Eso es algo nuevo. Es que ya no es un peña, sino grupos antagónicos, que algún día se pelearán…]

 

Josep Pla, El quadern gris, 3 de junio de 1919

 

Ejemplificando: la Tercera y Cuarta Españas

Charley era el perrillo que acompañaba a John Steinbeck en sus viajes en camioneta, a la que puso el mismo nombre del caballo de don Quijote. Pero así como el nomadismo de Steinbeck nace de un impulso libre, en el caso de una guerra civil hay muchas personas desplazadas por la fuerza de las circunstancias.

 

Por eso, frente a las manidas ‘dos Españas’, habría que recordar una Tercera (los exiliados que huyeron de la barbarie de ambos bandos) y una Cuarta (quienes tuvieron que sobrevivir en la  guerra y en la larga postguerra, sin haber militado ni simpatizado con ninguno de aquéllos).

 

24)   ¿Con cuál de estas cuatro Españas identificarías a Daniel, el protagonista del siguiente cuento de Chaves Nogales?

 

Daniel, expulsado del taller por «inorganizado», vagabundeaba por la ciudad asediada en busca de un pedazo de pan para sus hijos. Durante unos días creyó que le esperaba el mismo fin que a Bartolo y a los contramaestres de la fábrica. Estaba resignado a la idea de que le matarían, y teniéndola descontada, sólo pensó en llevarse por delante al que pudiese de sus enemigos. Morir, bueno. Pero morir matando. Se procuró una pistola y durante varias semanas vagó al azar con ella en el bolsillo y el dedo puesto en el disparador. En cualquier instante podría sobrevenir el desenlace inevitable. A veces se cruzaban en la calle con un grupo de milicianos. Apenas les veía venir, los encañonaba si sacar el arma del bolsillo. Un movimiento sospechoso de cualquiera de ellos y hubiese disparado. Se sentía en medio de la ciudad como si estuviese en un bosque, y era sobre las aceras y las plataformas de los tranvías como una fiera acosada y perdida en el laberinto de la selva virgen. Receloso y hambriento, pasaba a veces por delante de los cuarteles de las milicias y de los ateneos libertarios, en los que veía con rabia y envidia a los hombres de la revolución bien armados y equipados ante los grandes calderos donde hervía abundante y apetitosa comida. Empujado por el hambre, merodeaba en torno a aquellos nuevos hogares del pueblo improvisados por la revolución, de los que se sentía proscrito como un apestado. ¿Por qué? ¿No era él también hijo del pueblo?

Un día, vencido al fin por el hambre, aflojó la mano que tenía crispada sobre la pistola y entró en uno de aquellos cuarteles a pedir un pedazo de pan.

―El pan ―le dijo enfáticamente un comisario comunista― es para los hombres que luchan por la revolución.

―Yo soy un proletario dispuesto a luchar por el pan y por la libertad.

El comunista le miró receloso. ¿Todavía un fascista emboscado? ¡Bah! Un pobre diablo sin conciencia revolucionaria, concluyó. Para ir a morir al frente servía, si embargo. Le pusieron en una mano un plato de comida y en la otra un fusil.

Daniel, convertido en miliciano de la revolución, luchó como los buenos.

Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese.

 

Manuel Chaves Nogales, Consejo obrero

 

25)   ¿Daniel es un ‘fascista’? ¿Por qué se lo llaman?

 

Sintetizando: distanciamiento

 

Planteando cuestiones: perder la inocencia

Durante la tercera guerra mundial, un grupo de niños y adolescentes, supervivientes de un naufragio, son arrojados a una isla deshabitada. Después de establecer contacto entre sí y organizarse precariamente, logran hacer fuego. “Queremos divertirnos. Y queremos que nos rescaten” dice Ralph, expresando la inconsciencia y el sentir de todos; pero ahora sólo dependen de ellos: tienen que asumir responsabilidades. Y en ese momento, se dan cuenta de que son incapaces de cazar y construir un refugio eficaz. Para colmo, Jack deja apagarse el fuego cuando acierta a pasar un barco cerca de la isla. Ante los reproches de Ralph, Jack sólo recuerda la alegría de la caza.

Los otros empiezan a tener miedo y a hablar de un monstruo y de fantasmas. Piggy trata de calmarlos, afirmando que “la vida es una cosa científica”, que “hay médicos hasta para dentro de la mente”, que “dentro de un año o dos, cuando acabe la guerra, ya se estará viajando a Marte y volviendo” y que “no hay una fiera... con garras y todo eso”. Pero Simon aventura que, a lo mejor, “el monstruo somos nosotros”.

Jack no acepta a Ralph como jefe y divide al grupo: acaba sublevándose y al aviso de Ralph (“las reglas son lo único que tenemos”), responde: “¡al cuerno las reglas! ¡somos fuertes, cazamos!” Finalmente, Jack y sus cazadores capturan un jabalí y ofrendan la cabeza, clavada en un palo, al montruo de la montaña. La cabeza sanguinolienta y rodeada de moscas, símbolo del “infinito escepticismo del mundo de los adultos”, es ahora el Señor de las Moscas; es decir, la expresión material de lo que Simon temía.

Ralph recuerda a Piggy que no podrán vivir ni podrán rescatarlos si no mantienen la hoguera encendida. Pero Jack y sus cazadores, con las caretas que les liberaban de la vergüenza, les roban el fuego.

Los de Ralph tienen que decidir cuál de los dos será su jefe: quien les obliga a mantener viva la hoguera, es decir, sacrificarse y valerse por sí mismos (Ralph) o quien les da de comer, les protege de la fiera y les garantiza la diversión (Jack). Entonces se desata una terrible tormenta y comienzan a danzar frenéticamente para conjurar a la fiera, a la que confunden fatalmente con Simon; es decir, con cualquiera que pasa a tener el estatuto de Enemigo (el ‘fascista’ del cuento de Chaves Nogales, por ejemplo):

Hubo un chispazo de luz brillante detrás del bosque y volvió a estallar un trueno, asustando a uno de los pequeños, que empezó a lloriquear. Comenzaron a caer gotas de lluvia, cada una con su sonido individual.

 ―Va a haber tormenta ―dijo Ralph―, y vais a tener lluvia otra vez, como cuando caímos aquí. Y ahora, ¿quién es el listo? ¿Dónde están vuestros refugios? ¿Qué es lo que vais a hacer?

Los cazadores contemplaban intranquilos el cielo, retrocediendo ante el golpe de las gotas. Una ola de inquietud sacudió a los muchachos, impulsándoles a correr aturdidos de un lado a otro. Los chispazos de luz se hicieron más brillantes y el estruendo de los truenos era ya casi insoportable. Los pequeños corrían sin dirección y gritaban.

Jack saltó a la arena.

―¡Nuestra danza! ¡Vamos! ¡A bailar!

Corrió como pudo por la espesa arena hasta el espacio pedregoso, detrás de la hoguera. Entre cada dos destellos de los relámpagos el aire se volvía oscuro y terrible; los muchachos, con gran alboroto, siguieron a Jack. Roger hizo de jabalí, gruñendo y embistiendo a Jack, que trataba de esquivarle. Los cazadores cogieron sus lanzas, los cocineros sus asadores de madera y el resto, garrotes de leña. Desplegaron un movimiento circular y entonaron un cántico. Mientras Roger imitaba el terror del jabalí, los pequeños corrían y saltaban en el exterior del círculo. Piggy y Ralph, bajo la amenaza del cielo, sintieron ansias de pertenecer a aquella comunidad desquiciada, pero hasta cierto punto segura. Les agradaba poder tocar las bronceadas espaldas de la fila que cercaba al terror y le domaba.

―¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!

El movimiento se hizo rítmico al perder el cántico su superficial animación original y empezar a latir como un pulso firme. Roger abandonó su papel para convertirse en cazador, dejando ocioso el centro del circo. Algunos de los pequeños formaron su propio círculo, y los círculos complementarios giraron una y otra vez, como si aquella repetición trajese la salvación consigo. Era el aliento y el latido de un solo organismo.

El oscuro cielo se vio rasgado por una flecha azul y blanca. Un instante después el estallido caía sobre ellos como el golpe de un látigo gigantesco.

El cántico se elevó en tono de agonía.

―¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!

Surgió entonces del terror un nuevo deseo, denso, urgente, ciego.

―¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!

De nuevo volvió a rasgar el cielo la mellada flecha azul y blanca, al tiempo que una explosión sulfurosa azotaba la isla. Los pequeños chillaron y se escabulleron por donde pudieron, huyendo del borde del bosque; uno de ellos, en su terror, rompió el círculo de los mayores.

―¡Es ella!  ¡Es ella!

El círculo se abrió en herradura. Algo salía a gatas del bosque. Una criatura oscura, incierta. Los chillidos estridentes que se alzaron ante la fiera parecían la expresión de un dolor. La fiera penetró a tropezones en la herradura.

¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!

La flecha azul y blanca se repetía incesantemente; el ruido se hizo insoportable.

Simon gritaba algo acerca de un hombre muerto en una colina.

―¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre! ¡Acaba con ella!

Cayeron los palos y de la gran boca formada por el nuevo círculo salieron crujidos, y gritó. La fiera estaba de rodillas en el centro, sus brazos doblados sobre la cara. Gritaba, en medio del espantoso ruido, acerca de un cuerpo en la colina. La fiera avanzó con esfuerzo, rompió el círculo y cayó por el empinado borde de la roca a la arena, junto al agua. Inmediatamente, salió el grupo tras ella; los muchachos saltaron la roca, cayeron sobre la fiera, gritaron, golpearon, mordieron, desgarraron. No se oyó palabra alguna y no hubo otro movimiento que el rasgar de dientes y uñas. Se abrieron entonces las nubes y el agua cayó como una cascada. Se precipitó desde la cima de la montaña; destrozó hojas y ramas de los árboles; se vertió como una ducha fría sobre el montón que luchaba en la arena. Al fin, el montón se deshizo y los muchachos se alejaron tambaleándose. Sólo la fiera yacía inmóvil a unos cuantos metros del mar. A pesar de la lluvia, pudieron ver lo pequeña que era. Su sangre comenzaba ya a manchar la arena.

William Golding, El señor de las Moscas 9

 

Ni Ralph ni Piggy ni Sam ni Eric quieren asumir su parte de culpa (pues con su pasividad ayudaron a los agresores), porque “el silencio y la anonimia del grupo” que lidera Jack, parapetado detrás de sus máscaras, les intimida.

Piggy sólo tiene la frágil caracola, símbolo de la palabra, para hacerles frente; pero uno y otra acaban aplastados por la fuerza, y Ralph, acosado por la necesidad, quiere creer que Jack y los suyos “no son tan malos”. Mientras tanto, los gemelos Sam y Eric ya se han asimilado a los terroristas. El propio Eric aconseja a Ralph: “no trates de hacer las cosas con sentido común. Eso ya se acabó”.

 

26)   Cuando la tormenta apaga el fuego y destruye los refugios ¿qué solución encuentran Jack y los cazadores?

27)   Piggy y Ralph, “bajo la amenaza del cielo”, ¿qué tentación tienen? ¿Será lo más razonable? ¿Qué tendrían que haber hecho para evitar que el Señor de las Moscas destruyera la caracola y el sentido común dejase de tener sentido?

 

Actividad de desarrollo: madre adolescente

La adolescente Crystal (Anastasia Webb) también está en una encrucijada. Al igual que Piggy y Ralph, en El Señor de las Moscas, ella también está sola, insegura y desprotegida; pero a diferencia de la caracola de aquéllos, aquí las palabras del anciano Alvin Straight (Richard Farnsworth) sí son capaces de alterar la fuerza de los acontecimientos:

 

28)   ¿Qué ha entendido Crystal?

 

Actividad de síntesis: yo y los otros

Un grupo de la resistencia francesa contra los nazis pretende salir de La Martinica (protectorado francés), con la ayuda de Harry ‘Steve’ Morgan (Humphrey Bogart), un marino que se gana la vida llevando a pescar en su barco a turistas adinerados. En esta escena, Marie 'Slim' Browning (Lauren Bacall) se empeña en cuidar de Steve, quien sólo se pone al servicio de aquella causa colectiva cuando su propia libertad y su socio y amigo, el borrachín  Eddie (Walter Brennan), se ven amenazados. En esta escena, ante la insistencia de La Flaca, Steve le pregunta: “¿ves alguna cuerda a mi al rededor?”

 

29)   ¿Qué le da a entender con la imagen de las cuerdas? ¿Cuándo es más eficaz Steve: esperando que se hagan cargo de él o tomando las riendas de su propia vida? ¿Haciendo que los demás dependan de él o ayudándolos a ayudarse?

 

Antes de contestar las dos siguientes preguntas, lee el texto posterior de Ortega y Gasset:

30)   Las seducción inicial que para aquellos chicos de la novela de William Golding tiene la vida predadora y descuidada de Jack y los suyos, quienes desprecian la advertencia de Ralph (“las reglas son lo único que tenemos” para evitar caer en la violencia y la barbarie), ¿se expresa actualmente de alguna otra manera?

31)   ¿Cómo se manifiesta hoy el “infinito escepticismo del mundo de los adultos”, simbolizado por el Señor de las Moscas en la novela de William Golding?

 

Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas.

Para la inteligencia del formidable hecho conviene que se evite dar, desde luego, a las palabras “rebelión”, “masas”, “poderío social”, etc. un significado exclusivo o primariamente político. La vida pública no es sólo política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar.

Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenómeno histórico consista en referirnos a una experiencia visual, subrayando una facción de nuestra época que es visible con los ojos de la cara.

Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo la denomino el hecho de la aglomeración, del “lleno”. Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio.

[…]

Con la masa, lo que era meramente cantidad –la muchedumbre- se convierte en en una determinación cualitativa: es la cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico. […] Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en mal– por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás. Imagínese un hombre humilde que al intentar valorarse por razones especiales –al preguntarse si tiene talento para esto o lo otro, si sobresale en algún orden– advierte que no posee ninguna calidad excelente. Este hombre se sentirá mediocre y vulgar, mal dotado; pero no se sentirá “masa”.

[…]

Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo corre el riesgo de ser eliminado. Y ese “todo el mundo” ahora es sólo la masa.

[…]

Esto es lo característico en nuestra época: no que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad o la vulgaridad como un derecho.

El imperio que sobre la vida pública ejerce hoy la vulgaridad intelectual es acaso el factor de la presente situación más nuevo, menos asimilable a nada del pretérito. Por lo menos en la historia europea hasta la fecha, nunca el vulgo había creído tener “ideas” sobre las cosas. Tenía creencias, tradiciones, experiencias, proverbios, hábitos mentales, pero no se imaginaba en posesión de opiniones teóricas sobre lo que las cosas son o deben ser.

[…]

Pero ¿no es esto una ventaja? ¿No representa un progreso enorme que las masas tengan “ideas”, es decir, que sean cultas? En manera alguna. Las “ideas” de este hombre medio no son auténticamente ideas ni su posesión es cultura. La idea es un jaque a la verdad. Quien quiera tener ideas necesita antes disponerse a querer la verdad y aceptar las reglas de juego que ella imponga. No vale hablar de ideas u opiniones donde no se admite una instancia que las regula, una serie de normas a que en la discusión cabe apelar. Estas normas son los principios de la cultura. No me importa cuáles. Lo que digo es que no hay cultura donde no hay normas a que nuestros prójimos puedan recurrir. No hay cultura donde no hay principios de legalidad civil a que apelar. No hay cultura donde no hay acatamiento a ciertas últimas posiciones intelectuales a que referirse en la disputa.

[Por el contrario], el hombre-masa consagra el surtido de tópicos, prejuicios, cabos de ideas o, simplemente, vocablos hueros que el azar ha amontonado en su interior y con una audacia que sólo por la ingenuidad se explica, los impondrá dondequiera. [Así], aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón.

José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas I, i y viii

 

Actividad de ampliación: los líderes

Charlie Simms (Chris O’Donnell), un estudiante de prep school (Instituto), gracias a una beca (pues es hijastro de los dueños del autoservicio de una gasolinera en Oregon y tiene que buscarse trabajillos para pagarse el viaje a casa por Navidad), pasa un fin de semana cuidando al Teniente Coronel Frank Slade (Al Pacino), ciego y jubilado, quien se convierte en su ocasional educador. Sin embargo, el cinismo del vitalista pero desesperado (por el culpable accidente que le provocó la ceguera) y desencantado (por la condición amoral de mucha de la gente que le rodea) Frank refuerza la integridad moral de Charlie, lo cual constituye el tema de la película. Veamos.

Charlie y su colega George (Philip Seymour Hoffman), hijo de uno de los principales financiadores de la Escuela, son testigos de cómo unos compañeros preparan una broma de mal gusto al sr. Trask, el director. George presiona a Charlie para que no diga nada, pero el director le amenaza (en realidad, es un soborno) con quitarle la beca para entrar en Harvard (o en palabras de Frank, para llegar a ser parte de los ricos y poderosos). George, apoyado por su influyente padre, acaba delatando a los culpables; pero Charlie se mantiene en silencio, “porque hay cosas que no se hacen” (dejarse sobornar), a pesar de lo que se juega.

 

32)   ¿Qué actitud te parece más inteligente: la de Casabó, en el diario de Pla, o la de Charlie Simms, en la película de Martin Brest? ¿Por qué?

 

En la escena que hemos seleccionado, Frank Slade reconoce, como Guzmán de Alfarache, que es una tarea ardua ser una persona decente: “determinábame a ser bueno, cansábame a dos pasos” ―dice Guzmán (II, iii, 4)―; pero lo consigan o no, tanto uno como otro saben qué es lo que está bien y lo que está mal.

Por eso Frank, que fue un buen militar pero se ha convertido, debido a sus errores, en un cascarrabias ciego y amargado, decide ayudar a Charlie Simms. Y Guzmán de Alfarache, que había sido muy buen estudiante pero prefirió la vida bribiática del pícaro (“teniendo claros ojos no quiso ver”) y acabó de galeote, escribe su autobiografía para que quien la lea, aproveche esa experiencia ajena (Slade está físicamente ciego).

El mayor interés de Guzmán de Alfarache es que lo identifiquen como una “atalaya” (para verlas venir) y no como un “pícaro” (tonto el último), pues “el fin que llevo –confiesa- es fabricar un hombre perfecto” (II, i, 6); entiéndase ‘un hombre que tienda a la perfección’. Como esos “líderes” que deberían salir, ay, y no salen, a los que se refiere Slade en la escena de la presentación.

 

33)   ¿A qué otros dos protagonistas de novela picaresca te recuerdan Slade y Charlie? ¿En qué se diferencian de ellos?

 

1. ¿Quién soy?

3. ¿Cómo es el mundo?