presentació

…Y AQUÍ UN POCO DE HUMO…
PATIO DE ARMAS


HACERSE ADULTO

1. ¿Quién soy?

 

Actividad de motivación

¿En qué notas que has cambiado? ¿Tienes la sensación de que el tiempo corre o va muy despacio?

 

Actividad introductoria: ya no es ayer

American graffiti, de Georges Lucas (1973), está protagonizada por cinco muchachos de Modesto (California) que pasan su última noche juntos (verano de 1962), antes de separarse para seguir cada uno su camino:

 

a)    Curt, quien está siempre viendo pasar un coche con la chica de su vida, desde el interior de otro y sin poder comunicarse con ella, no tiene claro lo de irse con una beca a una universidad del Este de los EE.UU

b)    Steve sí tiene claro lo de irse lejos a estudiar y durante el último baile del instituto no se acuerda de nada de lo que Lauire, su novia, recuerda cuando se conocieron

c)    John Milner, el currito de la cajetilla de tabaco en la manga de la camiseta, homenajeado por Loquillo, es un conductor prudente y un humilde campeón de carreras ilegales que no se come un rosco

d)    Terry, el feo con gafas que consigue pasárselo bomba con el coche que le deja Steve

e)    Bob Falfa, el guaperas del que no sabemos nada al final de la película

 

1)       Relaciona a estos chicos con el destino que crees que le espera a cada uno de ellos:

 

1.    Un conductor borracho lo matará en un accidente de carretera, dos años después

2.    Se convertirá en uno de esos aparatosos policías motorizados que mascan chicle y llevan gafas de sol

3.    Se irá a estudiar muy lejos, se convertirá en escritor y se instalará en Canadá

4.    Irá a la guerra de Vietnam y desaparecerá en combate o desertará

5.    Al final, se queda en Modesto y acaba de agente de seguros, casado y con dos hijos

 

Contexto literario: la literatura o la vida

Por las fechas en que Aldecoa publicó …y aquí un poco de humo… (1953), el protagonista autobiográfico de Las ninfas vivía lo que describe esta novela de iniciaciones (a la literatura, al sexo, a la autonomía personal), escrita por Francisco Umbral.

 

2)       Comenta la siguiente frase del texto: “Me importaba más la literatura que mi literatura, que eso es ser joven, adolescente, crédulo y puro”

 

…y aquí un poco de humo…: crecimiento interior

Lee el cuento de Aldecoa y contesta:

 

3)       ¿Por qué crees que reacciona así Andrés? ¿Qué ha pasado en esas semanas?

 

Relación con los conocimientos previos: la Guerra de Cuba

La pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, en 1898, se conoce como el Desastre. Ese año designa también a una generación literaria. Aquí tienes tres testimonios sobre el tema de escritores pertenecientes a tres generaciones distintas, pero muy cercanas a los hechos (A: un cuento, B y C: memorias). El último es de un ensayo publicado casi cien años después (D):

 

4)       Compara lo que dicen y no dicen estos cuatros textos, en relación con los estímulos (conjunto de hábitos, ideas, intereses y valores que propiciaron el Desastre), las reacciones (del autor, el protagonista ―si es ficticio―, la gente) y las consecuencias (económicas y políticas) de la Guerra de Cuba:

 

 

ESTÍMULOS

REACCIONES

CONSECUENCIAS

A

 

 

 

B

 

 

 

C

 

 

 

D

 

 

 

 

 

5)       ¿De qué manera el género literario determina el punto de vista que cada uno de estos textos adopta sobre el mismo tema?

 

A

Yo he observado de cerca a quien ha luchado por España, ha expuesto su vida defendiéndola y ha merecido gloriosos laureles… Ese mismo, que hubiera muerto en su puesto de honor…, lo hacía todo más por el honor que por cariño real, de hijo, a España. No había más que oírle relatar nuestras desventuras, que había visto de cerca. No, no hubiera hablado así de las desgracias de una madre, de un hijo. Sin darse él cuenta, ajeno de hipocresía, bien se dejaba ver que más influía en su alma la alegría del noble orgullo, por su valor, su pericia, su brillante campaña, que el dolor por lo que España había perdido. Aquel héroe vencido no había alcanzado menos gloria que la que el triunfo le hubiera podido dar; por eso estaba contento… y la patria, por la que hubiere muerto, quedaba en su espíritu, allí, en segundo término, como una abstracción de la geometría moral, exacta, pero fría […]

Ella a mí no me ha dado lo que yo más hubiera querido: una sólida educación intelectual y moral, que me hubiera ahorrado esta farsa de semisabiduría en que vivimos los intelectuales en España. No puedes figurarte lo que padece mi amor de sinceridad, hoy mi fe, con este fingimiento de ciencia prendida con alfileres a que nos obliga la mala preparación de nuestros estudios juveniles. Yo veo mi poder reflexivo, mis facultades intuitivas, mi juicio y mi experiencia muy superiores a los medios de instrucción sólida de que dispongo para aprovechar en la sociedad  esas facultades […]

No se puede creer en regeneradores, porque faltan las primeras materias para toda regeneración. Emigro; ni yo creo en España ni ella debe esperar nada de mí. Cuando perdimos las escuadras, cuando se rindió Santiago, me puse un poco malo del disgusto… Sí, poco; pronto sané, más contento con este orgullo de querer algo de veras a la patria que apenado con las irremediables desgracias.

 

Leopoldo Alas, “Clarín”, Un repatriado

 

B

El Gobierno, que como la mayoría de los Gobiernos españoles, no tenía idea del país, creía que al saber de la derrota, los españoles iban a hacer la revolución, y no pasó nada. Al saber la noticia en Madrid, la gente fue a los toros y al teatro, tan tranquila, sin hacer, no ya protestas, ni siquiera comentarios. Entonces fu cuando dijo Silvela que España no tenía pulso.

Los acontecimientos dieron la razón a don Lucas Mallada. El desastre, como había dicho él, tuvo el aire de una cacería.

A mí me indignó un tanto la actitud de la gente al saber la noticia; se recibió con una perfecta indiferencia; después de tantas alharacas, de dar la impresión de que todo el mundo estaba exaltado y frenético, resultó que el desastre no hizo el menor efecto. La gente iba al teatro y a los toros con perfecta tranquilidad. Todas aquellas manifestaciones, gritos y artículos de los periódicos habían sido humo de pajas.

 

Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino. Memorias II, 7, xiv

 

C

Desprès del desastre nacional, o quan el desastre estava a les acaballes, un altre episodi s’aixeca entre la vaguetat dels meus records infantils, amb una importància i una realitat que esborronen. Aquest episodi fou el passeig en companyia del meu pare, cap al monument de Colom. Molt a la vora de l’eminent grup escultòric hi havia un immens envelat sinistre, a la porta del qual vociferava un criminal amb patilles, vestit de mariner de sarsuela. El meu pare m’hi va arrossegar; pagà l’entrada i em vaig veure en presència d’una balena morta d’enormes proporcions. Em va fer una por terrible. A la boca li havien posat una gran perxa que la mantenia oberta, i semblava la porta de l’infern.

La balena feia un tuf integral, i al seu costat, com si fossin de la família, jeien, difunts, mitja dotzena de peixots de categoria borrosa.

Dintre l’envelat hi havia un homenet vestit amb una samarreta d’un vermell suadíssim com la d’un saltimbanqui, que explicava al públic badoc les trapelleries de l’enorme balena. L’escandalós torsimany, amb la seva veu de trompeta, deia que el monstre marí seguia els vaixells que venien de Cuba carregats de tropa tuberculosa, i que quan un repatriat, víctima de totes les malalties, anava a parar a l’aigua, la balena se l’empassava com si fos el profeta Jonàs.

Jo recordo que aquell espectacle em produí una gran angúnia, però al mateix temps una satisfacció especial. La balena, i les butllofes de l’indecent recitador, explicaven a la meva intel.ligència de cinc anys un concepte de la guerra de Cuba adequat a una mentalitat infantil. En aquell moment vaig comprendre com havia anat tot: la guerra de Cuba fou per a mi una gran martingala perquè es produís el fet horrible de tirar a l’aigua uns quants cadàvers vestits de rayadillo i que després sortís un monstre lletgíssim i extraordinari i se’ls mengés.

 

[Después del desastre nacional, o cuando el desastre estaba en las últimas, otro episodio se levanta entre la vaguedad de mis recuerdos infantiles, con una importancia y una realidad espeluznantes. Este episodio fue el paseo que hice con mi padre al monumento a Colón. Muy cerca del eminente grupo escultórico había un inmenso entoldado siniestro, a cuya puerta vociferaba un criminal con patillas, vestido de marinero de zarzuela. Mi padre me arrastró hasta allí; pagó la entrada y me vi en presencia de una ballena muerta de proporciones enormes. Me dio un miedo terrible. En la boca le habían puesto una gran percha que la mantenía abierta, y parecía la puerta del Infierno.

La ballena atufaba terriblemente y a su lado, como si fuesen de la familia, yacían, difuntos, media docena de peces grotescos e indefinidos.

Dentro del entoldado había un hombrecillo vestido con una camiseta roja sudadísima, como la de un saltimbanqui, el cual explicaba al público pasmado las trapacerías de la enorme ballena. El escandadoloso trujimán, con voz de trompeta, decía que el monstruo marino seguía los barcos que venían de Cuba, cargados de soldados tuberculosos y que cuando un repatriado, víctima de todas las enfermedades, iba a parar al agua, la ballena se lo tragaba como si fuese el profeta Jonás.

Recuerdo que aquel espectáculo me produjo un gran desasosiego, pero al mismo tiempo, una satisfacción especial. La ballena y las trolas del indecente recitador explicaban a mi inteligencia de cinco años un concepto de la guerra de Cuba adecuado a una mentalidad infantil. En aquel momento comprendí cómo había sido todo: la guerra de Cuba fue para mí una gran martingala destinada a producir el hecho horrible de tirar al agua unos cuantos cadáveres, vestidos de rayadillo, para  que después surgiese un monstruo feísimo y extraordinario y se los comiese.]

 

Josep Maria de Segarra, Memòries II, i

 

D

“Los productos de algodón barceloneses dominaban la totalidad de mercado textil español, pero su reinado estaba sostenido artificialmente por el proteccionismo; de hecho, costaban el doble que una pieza inglesa de la misma calidad. El nuevo producto de mayor importancia de las finanzas catalanas fue el crédito sin restricciones ―la llamada febre d’or” [la fiebre del oro, título de una novela de Narcís Oller], entre 1875 y 1882―, periodo en el que se enriquecieron las bones famílies barcelonesas, ligadas entre sí por matrimonios dinásticos e intereses comerciales.

Estos indianos, como Josep Xifré i Casas y Antonio López, hicieron su fortuna en Cuba exportando a los Estados Unidos azúcar producido por esclavos. Miquel Biada i Bunyol, traficante de armas en Venezuela, “invirtió las ganancias obtenidas gracias al exterminio parcial de las tribus locales en una de las primeras fábricas textiles a vapor en su Mataró natal y luego consiguió la concesión del tren Barcelona-Mataró, en 1848. Otros, como Manuel Girona i Agrafel y Joan Güell i Ferrer, se casaron con la heredera de algún clan indiano (los Quadras) o de un banquero mercantil (Bacigalupi) y fundaron, a su vez, bancos como el Hispano-Colonial o prósperas industrias textiles, gracias al proteccionismo; Joan Güell fue, además, director de La Caixa, concejal, diputado y senador; su hijo Eusebi Güell, uno de los directores de la Compañía de Tabacos de Filipinas y patrocinador de Gaudí, tenía participaciones en casi todas las áreas de expansión industrial catalana (barcos, ferrocarriles, bancos, acero, cemento, gas) y, naturalmente, se casó con la hija de un magnate naviero y financiero: Antonio López.

Pero “los fervorosos proteccionistas catalanes no querían otra cosa en Cuba que un mercado controlado y dependiente para sus artículos de algodón de menor calidad”, lo cual “ahogó la economía de la isla y provocó una revuelta nacionalista en 1895”, que terminaría con la pérdida de la colonia.

Este hecho, unido a la filoxera, insecto que arrasó los viñedos catalanes, provocó un periodo de recesión económica en el que floreció “la ideología sentimental del catalanismo, convertida en baluarte contra el miedo y la inseguridad”.

 

Robert Hughes, Barcelona, pp. 422-438

 

Ejemplificando: madurez sexual

La secuencia de la película de Georges Lucas transcurre en una localidad californiana (EE.UU.), en 1962. En cambio, lo que sigue ocurría en Valladolid, unos diez años antes:

 

Miguel San Julián no leía libros ni tenía inquietudes literarias ni sabía lo que era eso. Estudiaba en una escuela de maestría industrial o cosa así, para ser un obrero especializado, por encima de los oscuros escalafones ferroviarios en que se había movido su padre, y nada más. En él descubrí yo, asimismo, al ser natural, al chico-chico, sin traumas sentimentales, literarios ni de identidad. Porque incluso su obsesión por la mujer era una cosa que llevaba con naturalidad, remitiéndose siempre a la anécdota y a la esperanza, sin frustraciones ni visiones. Leía tebeos ―que yo había abandonado hacía tiempo, y éramos de la misma edad―, jugaba a fútbol, hacía su trabajo y sus estudios, y se bañaba en la acequia en el buen tiempo, con los otros chicos, con el herrero, el panadero y el francesito, esperando tener edad suficiente para bañarse con la novia, como su hermano mayor, cosa muy mal vista en la ciudad y que sólo hacían algunos obreros desvergonzados y algunas señoritas que luego tenían que emigrar al anónimo de Madrid.

Los domingos y días de fiesta, Miguel San Julián se ponía su pantalón abolsado, con un chaqueta a juego, aunque un poco remendada, se peinaba mucho su pelo pajizo, alegre, y se echaba a las calles a mirar a las mujeres, a hablar con las chicas, a olerlas, a buscar lo que no sabía cómo encontrar en la mujer, pues ni él ni yo ni casi nadie teníamos la clave de qué era una mujer ni de cómo se llegaba a ella.

Quizás yo iba mejor vestido que Miguel San Julián, o peor, pero en todo caso le admiraba un poco por su seguridad, porque era de una pieza, alegre y decidido, elemental y claro, y envidiaba su transparencia, sin fondos literarios, sin claroscuros espirituales, de modo que decidí exagerar mi propio fervor por la vida, forzarlo, diciéndome que era más importante perseguir chicas por la calle que escuchar los sonetos del opositor o los discursos del orador o los suspiros de las poetisas. Paseábamos toda la mañana por aquella calle, entre las gentes del domingo, mirábamos a las chicas, nos enterábamos milagrosamente de sus nombres, vivíamos la fiesta hasta el fondo, persuadidos de festividad, llenos de un ardor dominical y soleado, hasta que las familias, las parejas, los racimos de muchachas se iban deshilachando, desflecando, desvaneciendo, y finalmente éramos los últimos en el paseo, paseantes entre restos de sol, de amistad, de perfume, cuando la prensa caliente de Madrid estaba ya en todas las manos y su olor tipográfico me devolvía a mí, lejanamente, a mi mundo literario. La mañana del domingo nos había dejado un poco vacíos, frustrados, perdidos, aunque yo no veía esto en los ojos azules y claros de Miguel San Julián, sino una luz ligera que no había perdido brillo. Aún nos quedaba la tarde.

Por la tarde, Miguel San Julián iba con su padre al fútbol, pues era una especie de rito en aquella barriada ferroviaria en que vivían el que el padre iniciase al hijo en las ceremonias varoniles y festivas, como el fútbol, el vino o las grandes meriendas de hombres solos, con partida de dominó o de cartas. Yo me quedaba en casa, en la habitación azul, al otro extremo de la ventana donde mi primo tocaba el laúd durante todo el domingo (tarantelas, boleros, canciones hispanoamericanas, pasos de rondalla), leyendo el periódico de Madrid que había comprado por la mañana, o leyendo un libro, pues mi fervor por la vida, a remolque del vitalismo de Miguel San Julián, no llegaba a arrastrarme al fútbol ni a hacerme olvidar del todo la lectura. El periódico de Madrid, cualquier periódico, era una fiesta para mí, con sus fotos de famosos y famosas, su acercamiento a los grandes escritores, sus firmas ya conocidas y archivadas en mi cultura literaria, y lo leía todo, desde los editoriales políticos hasta los reportajes deportivos, buscando una chispa de literatura, una frase, un adjetivo, una palabra nueva, mejor, distinta.

Los artículos estrictamente literarios los leía varias veces. Era un lector incondicional que siempre estaba de acuerdo con todo y con todos. No tenía sentido crítico, o prescindía de él momentáneamente, y aún creo que debe ser así en el lector joven, pues la admiración enriquece mucho más que la reticencia, y sólo el que ha admirado mucho, el que lo ha admirado todo, lo bueno y lo malo, lo favorable y lo adverso, se encuentra más tarde en posesión de tesoros que ya irá depurando. El solo hecho de escribir en un periódico me parecía absolutamente mágico, como me lo sigue pareciendo, y no comprendía a algunos de aquellos genios del Círculo Académico que todo lo leían con reticencia y crítica, y que por lo tanto se estaban preparando para ser unos estreñidos literarios, unos descontentos, unos resentidos. A mí me valía todo.

Hacia media tarde, cuando había terminado el partido, yo me encontraba otra vez con Miguel San Julián en la calle principal, debajo de un marcador de fútbol que tenía ya, escritos con tiza, los resultados de los encuentros correspondientes a la categoría en que militaba el club local. Miquel San Julián me contaba algunas cosas del partido y enseguida nos poníamos a perseguir chicas, paseábamos tras ellas y les decíamos cosas, y yo advertía que mis palabras eran siempre más complicadas, más literarias, menos espontáneas que las de Miguel San Julián, porque yo, al fin y al cabo, estaba representando una comedia real, la comedia de mi vitalismo, auténtico, pero falsificado por la sola mirada de mi otro yo, mientras que Miguel San Julián, siempre de una pieza, decía las cosas con el alma, cosas elementales y directas, o tópicas y vulgares, que a mí incluso me avergonzaban un poco, a veces, pero que encontraba más eco y más risa entre las chicas.

Hasta que teníamos a dos paseantes entre nosotros, dos chicas olorosas a colonia y a domingo, olorosas a pipas, a cacahuetes o a cine, olorosas a chica, sobre todo, y que iban muy cogidas del brazo y nos escuchaban con una burla popular en los ojos y en la boca, o hablaban entre ellas, o, por fin, se reían ruidosamente, claramente, para aliviar, sin duda, la tensión del momento, el embarazao de aquella situación, la emoción de habernos conocido los cuatro de pronto. Si la conversación no iba bien, probábamos, en una vuelta del paseo, a cambiarnos de lado, a cambiarnos de chica, y en esto los ojos claros de Miguel San Julián funcionaban a la perfección, con miradas que eran señales precisas.

Las acompañábamos, luego, a sus barrios lejanos, paseando, y la gran victoria era desparejarlas ―cosa nada fácil―, conseguir que soltasen los eslabones dorados de sus brazos y se viniera cada una con uno de nosotros, hasta su portal oscuro, donde todo terminaba con un amago de beso y la carrera alocada de la muchacha escalera arriba. Pero lo más frecuente era que nos quedásemos solos en un barrio lejano, Miguel San Julián y yo, comentando el encuentro con las chicas, hasta que las íbamos olvidando poco a poco y se iba borrando de nosotros el perfume sencillo y fascinante de sus cuerpos. Entonces Miguel San Julián se consolaba recordando el partido de por la tarde, la victoria de su equipo, o cantaba canciones mejicanas, y yo asistía en silencio a la vida de aquel ser sin fisuras, sin desfallecimientos, que podía ser otro modelo para mi propia vida (tan distinto de los poetas del Círculo Académico, pero acaso más válido), porque todo eran modelos a imitar, por entonces, desde el escritor famoso hasta el amigo de la acequia. Nos despedíamos hasta otro domingo y regresaba yo a casa, solo, tarde ya para cenar, por barrios lejanos, desconocidos y llenos de luna, entre tapias, traseras, campos y huertos. El ladrido de un perro o el silbido de un tren, en la lejanía, me daban como la medida de mi soledad.

Francisco Umbral, Las ninfas, pp. 33-37

 

Hay dos diferencias fundamentales entre Miguel San Julián y el anónimo protagonista. Aquél es simple y vitalista, no persigue ideales, sino que encauza y cuando no puede, distrae “con naturalidad” sus pulsiones y, por tanto, no se siente frustrado. Además, tiene un guía o mentor que lo inicia en los ritos de paso a la vida adulta.  En cambio, el protagonista anónimo apenas cuenta con la mirada letraherida, observadora y admirativa de “su otro yo” para alcanzar “la clave de qué es una mujer y cómo se llega a ella”.

 

6)       Individualmente: ¿cuáles eran los ritos de iniciación a la vida adulta de Miguel San Julián? ¿Qué diferencias hay entre estos dos chicos y los que aparecen en la película de Georges Lucas?

7)       En parejas: a diferencia de Miguel San Julián, Curt ―el chico de American graffiti― y el anónimo protagonista de Las ninfas buscan un ideal. Repasa la escena de esta película que está en la presentación de las actividades sobre La Celestina: ¿la “visión” que tiene Curt es la de “una diosa”? En realidad, ¿qué es lo que ve o quién es esa joven?

8)       En grupo: ¿cuál era la actitud de las chicas en el Valladolid de 1950, la California de 1962 y en vuestra localidad ahora?

 

Planteando cuestiones: rito iniciático

Recuerdo que hubo un periodo posterior de aquella época mía en que solía vagar por el cementerio las tardes de domingo hasta el anochecer, comparando mi propio futuro con el paisaje borrascoso de los pantanos y estableciendo cierta semejanza entre ellos al pensar en lo raso y ruin que eran ambos y cómo de los dos salía un camino desconocido, una densa niebla y luego el mar. El primer día de trabajo de mi aprendizaje me sentí tan desalentado como en aquellos tiempos posteriores; mas me complace saber que jamás dejé escapar ni un murmullo delante de José mientras duró mi contrato. Es lo único que me agrada saber de mí mismo en lo que a aquello respecta.

Pues si bien allí se encierra lo que voy a añadir ahora, todo el mérito de lo que he de relatar fue de José. No por ser yo fiel, sino porque lo fue José, no escapé a ser soldado o marinero. No porque yo tuviese un vivo sentido de la virtud del trabajo, sino porque José la tenía, trabajé yo con llevadero celo, aunque de mal grado. Es imposible conocer hasta dónde llega la influencia de un hombre amable, honrado y cumplidor de su deber; pero sí es muy posible advertir cuánto ha conmovido el propio ser en ese andar, y sé perfectamente que todo el bien que se mezclara en mi aprendizaje procedía del ingenuo y satisfecho José, y no del inquieto, ambicioso y descontento ser mío. ¿Quién es capaz de decir lo que yo quería? ¿Cómo he de poder decirlo, si no lo supe nunca?

Charles Dickens, Grandes esperanzas XIV

 

Es paradigmática la conversación que Josep Pla mantiene con su padre, el 30 de mayo de 1919. Pla tiene veintiún años y ha de tomar una decisión sobre su inmediato futuro. La entrevista sorprende al padre, porque Pla se anticipa, eludiendo sentimentalismos y evasivas, con una propuesta que demuestra que ha comprendido perfectamente la situación de uno y otro y lo que su padre va a plantearle.

 

Actividad de desarrollo: la peña

Aquí tienes la letra que cantan Loquillo y Gabriel Sopeña:

 

 

La escena era concreta:

camiseta blanca y unos jeans,

apuraba aquel pitillo,

orgulloso y viril,

con la mirada ceñida

a los cánones de Jimmy Dean:

grasientos los cabellos, botas claveteadas,

esperando ver llegar el fin de semana.

Te aseguro que nada me importaba

el futuro que nos esperaba.

 

Tenía una novia sencilla y feliz,

que era la viva imagen de Marilyn

y unos amigos con quienes

jugar a ser los faraones de la ciudad.

Callejeando siempre en busca de acción,

moviéndonos al ritmo del viejo rock & roll,

llegamos a ese punto de inflexión

que separa la realidad de la ficción.

 

John Milner ya no vive aquí.

Lentamente, se llevó parte de mí.

Y ahora que todo es más viejo, más frió y más gris

y sientes cómo el tiempo va a por ti,

cuando la nostalgia daña mi corazón,

una voz conocida hace su aparición.

La música al invierno voló

en el día que Buddy Holly murió.

 

Estoy hablando de los viejos tiempos,

esos que ya no volverán.

Las drogas terminaron por estropear

las pequeñas cosas que nos hicieron amar

la amistad, nuestra pequeña libertad.

Y ese tren, sin rumbo ni dirección,

ya no para, ya no se para en cada estación.

 

Los muchachos del verano se dijeron adiós

en el día que Buddy Holly murió.

 

 

9)       Traduce, con ayuda de tus compañeros, la última canción de Buddy Holly:

 

Everyday it's a gettin' closer
Goin' faster than a roller coaster
Love like yours will surely come my way
A-hey, a-hey-hey
Everyday it's a gettin' faster
Everyone said go ahead and ask her

Love like yours will surely come my way
A-hey, a-hey-hey
Everyday seems a little longer
Every way love's a little stronger
Come what may
Do you ever long for true love from me?
Everyday it's a gettin' closer
Goin' faster than a roller coaster
Love like yours will surely come my way
A-hey, a-hey-hey

Everyday seems a little longer
Every way love's a little stronger
Come what may
Do you ever long for true love from me?
Everyday it's a gettin' closer
Goin' faster than a roller coaster
Love like yours will surely come my way
A-hey, a-hey-hey
Love like yours will surely come my way

 

 

10)   El metrónomo que lleva el compás de la canción ¿tiene algo que ver con la letra?

11)   Contestad en parejas: ¿qué diferencia hay entre esta canción de Buddy Holly y la de Loquillo y los trogloditas? Para responder, seguid los siguientes pasos:

 

a)    Señalad las referencias temporales que aparecen en la canción de Loquillo y que culminan con una imagen simbólica: el tren

b)    Señalad las referencias temporales que aparecen en la canción de Buddy Holly. Aquí, en lugar de un tren se menciona un “roller coaster”

c)    ¿Loquillo y Buddy Holly se refieren a hechos futuros o pasados? ¿Qué implicaciones tiene para uno y otro referirse a algo futuro o pasado?

d)    Explicad cuáles son “las pequeñas cosas que nos hicieron amar / la amistad, nuestra pequeña libertad”

e)    El protagonista de la canción de Loquillo tenía una “novia sencilla y feliz” y un poco estereotipada; en cambio, el de la canción de Buddy Holly ¿habla de la suya o más bien de lo que él siente? ¿Cómo será ese “love like yours will surely come my way”?

 

Actividad de síntesis: extrañamiento

Maneras de vivir EN el tiempo:

 

 

En su novela La peste (1947), Albert Camus plantea la siguiente situación: en Orán, una ciudad marítima de la colonia francesa de Argel, se declara la peste. Nadie puede salir de la ciudad para evitar que se extienda la epidemia; cosa que modificará la vida de sus habitantes.

Hombres que se creían frívolos en el amor se volvían constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas, ponían toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados, incapaces de reaccionar contra el recuerdo de esta presencia todavía tan próxima y ya tan lejana que ocupaba ahora nuestros días. De hecho, sufríamos doblemente, primero por nuestro sufrimiento y, además, por el que imaginábamos en los ausentes: hijo, esposa o amante.

En otras circunstancias, por lo demás, nuestros conciudadanos siempre habrían encontrado una solución en una vida más exterior y más activa. Pero la peste los dejaba, al mismo tiempo, ociosos, reducidos a dar vueltas a la ciudad mortecina y entregados, un día tras otro, a los juegos decepcionantes del recuerdo, puesto que en sus paseos sin meta se veían obligados a hacer todos los días el mismo camino que, en una ciudad tan pequeña, casi siempre era aquel que en otra época habían recorrido con el ausente.

Así, pues, lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio, […] pues era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro de nosotros, aquella emoción precisa; el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo eran dos flechas abrasadoras en la memoria. Algunas veces nos abandonábamos a la imaginación y nos poníamos a esperar que sonara el timbre o que se oyera un paso familiar en la escalera y si en esos momentos llegábamos a olvidar que los trenes estaban inmovilizados, si nos arreglábamos para quedarnos en casa a la hora en que normalmente un viajero que viniera en el expreso de la tarde pudiera llegar a nuestro barrio, ciertamente este juego no podía durar. Al fin había siempre un momento en que nos dábamos cuenta de que los trenes no llegaban. Entonces comprendíamos que nuestra separación tenía que durar y que no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo. Entonces aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado, y si algunos tenían la tentación de vivir en el futuro, tenían que renunciar muy pronto, al menos en la medida de lo posible, sufriendo finalmente las heridas que la imaginación inflige a los que se confían en ella […]

Cada uno tuvo que aceptar el vivir al día, solo bajo el cielo. Este abandono general que podía, a la larga, templar los caracteres, empezó, sin embargo, por volverlos fútiles. Algunos, por ejemplo, se sentían sometidos a una nueva esclavitud que les sujetaba a las veleidades del sol y de la lluvia. Se hubiera dicho, al verlos, que recibían por primera vez la impresión del tiempo que hacía. Tenían aspecto alegre a la simple vista de la luz dorada, mientras que los días de lluvia extendían un velo espeso sobre sus rostros y sus pensamientos. A veces, escapaban durante cierto tiempo a esta debilidad y a esta esclavitud irrazonada, porque estaban solos frente al mundo y, en cierta medida, el ser que vivía con ellos se anteponía al universo. Pero llegó un momento en que quedaron entregados a los caprichos del cielo, es decir, que sufrían y esperaban sin razón.

Albert Camus, La peste, cap. 2

 

12)   La vida externa y activa que estas personas llevaban hasta entonces les había evitado tener que enfrentarse a una sensación nueva de vacío y exilio. ¿De qué se han dado cuenta?

13)   ¿Qué significa que tenían que reconciliarse con el tiempo? Lo que dice Loquillo en la canción sobre John Milner (“Te aseguro que nada me importaba / el futuro que nos esperaba”) ¿significa lo mismo o lo contrario de lo que dice el narrador de La peste: “cada uno tuvo que aceptar el vivir al día”? Explícalo

14)   El cielo físico (atmosférico) al que se refiere el narrador adquiere, por su contexto, otro sentido: ¿cuál?

 

Actividad de ampliación: mi tiempo y yo

 

Otoño de 1919 en una pequeña ciudad inglesa. La familia Conway, compuesta por una viuda de cuarenta y pocos años, con buena posición económica y seis hijos adultos, rebosa optimismo por su futuro, a pesar de los vagos presentimientos de Kay, una de las dos hijas menores, quien acaba de cumplir 21 años. Las circunstancias parecen respaldar dicho optimismo, ya se trate de circunstancias sociales (acaba de terminar la P.G.M. y dentro de poco comenzarán los ‘felices años veinte’: un mundo nuevo, amparado por la Sociedad de Naciones, en el que no habrá más guerras, nacionalismo, odio e intolerancia, y en el que está surgiendo una nueva ciencia, un nuevo arte y un nuevo estilo de vida), ya se trate de circunstancias familiares (la fortuna legada por el difunto señor Conway y las perspectivas económicas de la postguerra les permitirán afrontar el futuro con tranquilidad), ya se trate de  circunstancias personales (cada uno de los hijos, con más o menos reflexión o ligereza, confía en sí mismo: el sensato Alan; Marta, la profesora con ideales sociales; Robin, un simpático teniente de aviación; la bella Diana; Kay, con vocación y aptitudes para ser escritora, y la sencilla, alegre y bondadosa Carol). Ahí acaba el Primer Acto.

El Segundo Acto se inicia veinte años después, a punto de comenzar la S.G.M. Desde el punto de vista social, Europa está amenazada por los totalitarismos (comunismo, nacional-socialismo, fascismo). Desde el punto de vista familiar, los Conway están al borde de la ruina, porque la frívola señora Conway ha descuidado todos estos años la gestión de su patrimonio. Desde el punto de vista personal, los proyectos vitales de sus hijos han fracasado: Alan sigue siendo un modesto empleado municipal; Marta va envejeciendo sin alterar la rutina de sus clases; a Diana, su belleza no le ha garantizado un matrimonio feliz y a Robin tampoco le han servido las amistades que hizo en la guerra y de las que tanto se jactaba: ahora es un alcohólico y maltrata a su mujer; Kay, que se enamoró de un hombre casado, vive sola y se siente desgraciada: sólo ha conseguido trabajar en Londres, entrevistando a actores de cine; y Carol ha muerto.

La acción del Tercer Acto enlaza con el final del Primero para hacer más chocante el contraste entre los proyectos de los personajes y su fracaso, que el espectador ahora conoce por anticipado, porque lo ha visto en el Segundo Acto. Para Kay todo va haciéndose peor, porque el tiempo nos derrota y va destruyendo lo que cada ser humano, acaso con esfuerzo, ha logrado o intentado ser. En cambio, Alan cita unos versos de Blake donde el poeta “acepta sin pena” que “el hombre haya sido hecho de alegría y dolor; / y cuando esta verdad del más allá nos llega, / marchamos más seguros por un mundo mejor”.

 

15)   ¿Saber que somos seres efímeros, frágiles e impotentes nos ayuda a ser prudentes (como querían los griegos de la Antigüedad) y mejores (como sostiene Blake) o tampoco sirve de nada?

16)   ¿Por qué han fracasado estos personajes?

a)    ¿Porque no han tenido el coraje y la inteligencia de conservar o perseguir lo que querían?

b)    ¿Porque han cedido al acomodo y la frivolidad (la señora Conway), al cálculo (Diana), la petulancia (Robin), la pusilanimidad (Alan) y las conveniencias sociales (Kay, en el terreno amoroso)?

c)    ¿No se habrán equivocado en sus ideales (Marta)? ¿Profesionalmente, acaso Marta no ha querido tener lo que no tiene, en lugar de querer lo que tiene?

 

 

2. ¿Qué debo hacer?

3. ¿Cómo es el mundo?