| SIGMUND FREUD (De la revista MUY INTERESANTE). 
Septiembre 1989. 
 
 
“... Publicado en 1823 y firmado por Ludwig Börne, autor alemán famoso en su 
época por sus escritos de corte liberal. Casi setenta años después, el doctor 
Sigmund Freud se acordaría de la peculiar propuesta de Börne, al que había leído 
en su juventud, para crear el método de asociaciones libres, auténtico preámbulo 
del psicoanálisis. 
Curioso, sin duda, que un divertimento literario formara parte del proceso de 
creación de una de las teorías científicas que marcarán indefectiblemente el 
siglo XX: el psicoanálisis. Se trata de ”un método para la investigación de 
procesos anímicos apenas accesibles de otro modo”, según la definió el propio 
Freud. Ciertamente la doctrina psicoanalítica supuso un giro copernicano en la 
comprensión de la mente humana, ya que permitió pro vez primera formular y 
codificar los fantasmas psíquicos que anidan en el subconsciente del hombre y 
que obstaculizan su relación con la realidad. ¿Sus nombres? Represión, complejo 
de Edipo, complejo de castración, trauma sexual, frustración… Todos ellos están 
integrados ya en el lenguaje cotidiano de hoy, pero a finales del siglo XIX 
quienes padecían estos conflictos mentales eran totalmente rechazados por la 
clase médica por considerarlos imaginarios. Con Sigmund Freud y su método 
psicoanalítico llegó la revolución. 
 
¡Quién iba a pensar, aquella primaveral tarde del 6 de mayo de 1856, que el 
recién nacido que Amalia Freud sostenía emocionada en sus brazos –su primer hijo- 
iba a brillar con luz propia en la historia! Sigmund Freud era hijo de Jacob, 
modesto comerciante de lanas en la pequeña ciudad de Freiberg (Moravia, región 
de Checoslovaquia) y de Amalia, con quien se había casado en segundas nupcias, 
tras haber fallecido su primera mujer. La infancia del pequeño transcurrió feliz 
y dentro de la normalidad, es decir, bajos los peculiares patrones de conducta 
que Sigmund Freud descubriría años más tarde. 
 
Una de sus teorías más famosas señala que las bases esenciales del carácter y de 
la sexualidad quedan definitivamente selladas a la edad de tres años, en la 
primera infancia. Lo que sucedía después de esta época puede modificar pero no 
cambiar los rasgos de personalidad establecidos en las etapas más tempranas de 
la vida. Pues bien, cuando el pequeño Sigmund contaba casi cuatro años de edad 
fue arrancado de Freiberg para asentarse con su familia en Viena. La razón hay 
que buscarla en el odio hacia los judíos que los austriacos habían fomentado 
entre la población checa. Y la familia del pequeño Sigmund profesaba esta 
religión, por lo que, para evitar problemas futuros emigraron a la gran Viena, 
donde imaginaban que pasarían más inadvertidos. 
 
Parece ser que el pesado viaje en tren desde Freiberg a Leipzig, donde los Freud 
vivieron durante un año antes de asentarse en Viena, produjo en el niño una 
marca de fobia a los trenes que le duraría doce años, según dedujo mucho después 
Freud en el psicoanálisis que se realizó a sí mismo. También sufrió, como hijo 
primogénito que era, conflictos de celos hacia su hermana menor, Ana. Y cómo no, 
en estos primeros años de su vida atravesó el consiguiente complejo de Edipo, 
descubierto por Freud y que él definió así: “el niño concentra sobre la persona 
de la madre sus deseos sexuales y desarrolla impulsos hostiles contra el padre, 
considerado como un rival”. De hecho, el propio científico recordaba en su vejez 
cómo de niño se orinó deliberadamente en el dormitorio de sus padres. La 
reprobación del cabeza de familia no se hizo esperar: “Este niño nunca llegará a 
nada”, sentenció. El impacto de esas palabras en el pequeño fue brutal. En su 
madurez escribiría: “Esto debió representar una afrenta terrible para mi 
ambición, ya que mis sueños registran una y otra vez alusiones a esta escena, 
seguidas siempre de una enumeración de las cosas por mí realizadas y los éxitos 
alcanzados, como si quisiera decir: “después de todo, ya ves que he llegado a 
ser algo”. 
 
Su primera infancia, pues, estuvo ya jalonada de esos conflictos que hoy 
calificamos de absolutamente normales pero a los que nadie, hasta las 
investigaciones de Freud, había intentado dotar de una entidad real. 
 
Los primeros años en Viena debieron resultar difíciles para aquella familia de 
emigrantes checos y “no vale la pena recordarlos”, según comentó en una ocasión 
el científico. Su adolescencia estuvo dominada por una insaciable curiosidad de 
tintes humanistas. De hecho, el feliz hallazgo de la obra de Darwin resultó 
decisivo para el joven Sigmund pues le llevó en línea directa hacia una mejor 
comprensión del mundo. No obstante, fue la lectura del ensayo de Goethe. La 
naturaleza lo que le decidió a decantarse por las ciencias. Se inscribió en la 
Facultad de Medicina de Viena cuando contaba 17 años. 
 
El hombre multidisciplinario que fue durante toda su vida quedó dibujado ya en 
el transcurso de la carrera: además de acometer las asignaturas propias de 
Medicina, se apuntó a cursos y seminarios de física, filosofía y zoología 
práctica. También trabajó como alumno investigador en el prestigioso laboratorio 
de fisiología de Ernst Brücke, en donde realizó diversos trabajos de biología 
muy por encima del nivel de principiante. Es más, según Ernst Jones, discípulo 
suyo y autor de una voluminosa biografía sobre el científico, en aquellos años 
Freud ya estableció el concepto de la unidad de células y procesos nerviosos, 
núcleo esencial de la futura teoría neuronal. 
 
El campo de la investigación era el que más le atraía, y a él quería consagrarse 
cuando a los 25 años terminó la carrera con la calificación de excelente. Sin 
embargo, la poca remuneración económica que prometía el trabajo de laboratorio 
le hizo desistir, muy a su pesar. Además, se había enamorado perdidamente e 
Marta Bernays, una burguesita judía de ascendencia alemana con la que se casaría 
cinco años más tarde. Así las cosas, debía ganar un sueldo que le permitiera 
formar una familia. Con suma tristeza, dejó el Instituto Brücke y se enfrentó a 
uno de los grandes conflictos de su vida: ejercer de médico. 
 
Para el joven licenciado resultó muy doloroso ingresar como aspirante a interno 
en el Hospital General de Viena, donde pasó por el calvario de rotar por los 
distintos departamentos: cirugía, medicina interna, oftalmología, dermatología… 
Y así hasta finales de 1883, cuando, a los 27 años de edad, ingresó en el 
Nervenabteilung, es decir, la sección de enfermedades nerviosas. Allí pudo 
constatar cómo los pacientes eran atendidos sin las más elementales normas de 
higiene. Para evitar hacinamientos, se les enviaba con frecuencia a los 
curanderos y charlatanes. Se trataba, en suma, de enfermos inoportunos, 
simuladores que, según los médicos, sólo querían llamar la atención.  
 
Sin embargo, Freud vio en ellos un gran reto a la ciencia. Tenía la secreta 
sospecha de que tras la neurosis se ocultaba algo de naturaleza poderosa que se 
hallaba escondido tras la consciencia. Y emprendió el camino: solicitó una beca 
para trabajar en París junto al gran Jean Martín Charcot, célebre neurólogo 
francés que fue el primero en descubrir la histeria y uno de los pioneros de la 
moderna psiquiatría.  
 
Por aquel entonces la histeria estaba considerada como una patología 
exclusivamente femenina –histeria proviene de histeros, que significa útero- 
solucionada mediante la extirpación del clítoris. Pero Charcot quiso ir más 
allá. Demostró que con la hipnosis se podían provocar artificialmente los 
síntomas histéricos –parálisis y contracciones-, luego el problema tenía 
posiblemente una raíz psíquica. Freud quedó impresionado con este 
descubrimiento: veía en el estudio de la histeria y en la técnica del hipnotismo 
la gran oportunidad de su vida para adentrarse en el estudio de la psique 
humana. Corría el año 1885. A partir de este momento comenzaba en su mente la 
cuenta atrás para el despegue del psicoanálisis. 
 
Volvió a Viena entusiasmado y corrió a relatar la experiencia con Charcot a su 
gran amigo Josef Breuer, médico vienés con el que le unía una gran amistad desde 
hacía años. “Antes de mi viaje a París –relata- Breuer me había comunicado un 
caso de histeria, sometido por él desde 1880 a 1882 a un tratamiento especial, 
por medio del cual había conseguido penetrar profundamente en la motivación y 
significación de los síntomas histéricos”. Ahora Freud quería más datos, más 
detalles sobre el caso. Y se lo pidió a su colega y amigo. 
 
Se trataba de la joven de 21 años Anna O., que fue llevada hasta el doctor 
Breuer con una insistente tos nerviosa que precedía a otra serie de dramáticos 
síntomas: contracturas musculares, parálisis de las extremidades, pérdida de 
visión y… ¡doble personalidad! En efecto, Anna se comportaba a veces como una 
persona normal y otras como una criatura llena de maldad. Entre un estado y 
otro, la joven caía en un estado de autohipnosis del que despertaba relajada y 
lúcida. Breuer aprovechaba esos momentos para charlar con la muchacha sobre los 
acontecimientos cotidianos, pero guiaba la conversación hacia los más 
desagradables. A medida que transcurría el tiempo, el médico se ganó la 
confianza de la joven, y ésta se acostumbró a relatarle cómo se iniciaban los 
síntomas. Un día sucedió algo sorprendente: bastó con que Anna hablara de uno de 
ellos para que éste no volviera a aparecer. Inmediatamente, Breuer animó a la 
muchacha a que expresara verbalmente los síntomas restantes. ¡Y desaparecían! 
 
Anna O. bautizó la operación como cura de conversación o limpieza de chimenea. 
Pero era mucho más que eso: había inventado el método catártico, como lo 
bautizaría posteriormente Breuer. Es decir, la eliminación de recuerdos o hechos 
que perturban el sistema nervioso. Porque, como señaló Freud, “los síntomas 
neuróticos poseen –al igual que los actos fallidos y los sueños- un sentido 
propio y una íntima relación con la vida de las personas en las que surgen”.  
 
El problema de Anna O. era fruto, en buena parte, del trauma que supuso para 
ella cuidar durante largo tiempo a su padre enfermo. Por medio del procedimiento 
catártico se liberaron los conflictos psíquicos que habían provocado el mal, y 
la muchacha quedó curada. No obstante, Breuer omitió deliberadamente a Freud, 
quizá por un complejo de culpabilidad, la segunda parte de la historia: el caso 
de Anna O. le había absorbido tanto que su esposa se mostró celosa y enfadada. 
Cuando el médico lo advirtió, acabó con el tratamiento. Al día siguiente, 
llevaron a la joven hasta Breuer más enferma que nunca y con dolores de un falso 
parto histérico. Absolutamente perplejo, el médico la calmó con hipnosis, pero 
después cerró la casa y se fue a Venecia con su esposa en viaje de segunda Luna 
de Miel. No quiso saber nada más de su paciente. Años más tarde, cuando Freud 
demostró la importancia del factor sexual en la génesis de la neurosis, Breuer 
le confesaría este suceso. De haberlo hecho antes, sin duda le habría ahorrado 
al científico buena parte de su investigación. De cualquier forma, Freud ya 
sospechaba que líbido y neurosis mantenían una relación causal. “Traspasé los 
límites de la histeria y comencé a investigar la vida sexual de los enfermos 
neurasténicos”, señala en su autobiografía. Es el momento clave de la transición 
del método catártico hacia el psicoanálisis. 
 
“El doctor Sigmund Freud, Docente en Neuropatología, acaba de regresar de una 
estancia de seis meses en París, y reside actualmente en Ratahausstrasse nº 7”. 
Éste fue el anuncio que el 25 de abril de 1886 insertó Freud en un periódico 
vienés. Se había decidido, pues, a abrir una consulta privada para tratar 
pacientes neuróticos. El gabinete supuso para él una especie de laboratorio en 
el que estudiaba, con microscopio, un sinfín de cuadros patológicos de neurosis. 
Y observó que existía un hecho común a todos ellos: una gran parte de los 
recuerdos indeseables que extraía a sus pacientes se referían a vivencias 
sexuales, muchas veces dolorosas y traumáticas. Mediante el método catártico, 
Freud orientó los relatos hacia ese campo. La observación minuciosa de las 
descripciones que recibía le permitieron eliminar cualquier duda. Por fin podía 
confirmar que la neurosis se debe a perturbaciones de la función sexual. 
Estableció que la sexualidad existe desde el nacimiento “y se apoya directamente 
en las demás funciones importantes para la conservación de la vida. Luego, se 
hace independiente, pasando por un largo y complicado desarrollo, hasta llegar a 
constituir lo que conocemos con el nombre de vida sexual normal del adulto”. 
 
Todo este proceso se halla jalonado, según Freud, de diversos estadios –fase 
autoerótico, oral, genital…- que según se asuman de una manera o de otra, 
determinarán la existencia de neurosis. Cuando por fin hizo públicas sus 
conclusiones, estalló la polémica. La clase médica se rasgó las vestiduras y se 
negó a aceptar la teoría. Aquella sociedad puritana no podía aceptar que en la 
más tierna infancia existiera ya sexualidad latente.  
 
Freud siempre fue muy sensible a las críticas de los demás, y éstas le llegaron 
muy hondo. Aun así, decidió seguir adelante con sus trabajos e investigaciones. 
El descubrimiento constituía sin duda un gran paso, pero aún faltaban varias 
piezas del puzzle. Acostumbraba a aplicar la hipnosis a sus pacientes, pero 
descubrió que los enfermos olvidaban hechos de su vida interior y exterior que 
sólo recordaban en el estado hipnótico. Había que hallar el motivo. Una paciente 
observación dio como resultado la teoría de la resistencia y la represión del 
subconsciente, auténtico puntal de la técnica psicoanalítica y base principal 
para la comprensión de la neurosis. 
 
Cuando en la vida de un individuo surge un conflicto anímico, se produce la 
lucha entre dos fuerzas: el instinto y la resistencia. Si el proceso de pugna se 
resulte normalmente, el instinto sería el perdedor. Ganaría, pues, el yo 
consciente, razonando e intelectualizando el problema. Sin embargo, en el 
paciente neurótico el impulso instintivo ganaría ante el yo consciente, por lo 
que éste utiliza mecanismos de defensa continuos que intentan frenar el impulso 
instintivo. A este proceso Freud lo definió como represión. A partir de ahora, 
la labor consistía en descubrir las represiones que dañaban especialmente la 
psique del paciente y lograr su eliminación. Por fin había llegado el momento. 
“Al nuevo método de investigación y curación lo llamé psicoanálisis, en 
sustitución de la catarsis”, escribía Freud. Tenía 36 años. 
 
El último paso fue abandonar prácticamente el hipnotismo –dado que no aseguraba 
la profundidad deseada- y establecer el método de asociaciones libres como 
sistema de indagación en el subconsciente del enfermo. 
 
La base para ese nuevo paso ya se la había proporcionado Börne: el paciente se 
dejaba llevar por las ideas que acudían a su mente y, a medida que afluían, se 
las relataba a su –ahora sí-psicoanalista. Aunque aparentemente resultaran 
inconexas, todas tenían un sentido real para Freud, que minuciosamente iba 
encajando las piezas del puzzle psíquico del enfermo. Su amigo Josef Breuer 
sentenciaba: “La inteligencia de Freud está alcanzando su máxima altura. Lo sigo 
con la vista como una gallina que contempla el vuelo del halcón”. Pero no todos 
pensaban igual. 
 
Durante los diez años que duró el proceso de creación del psicoanálisis –desde 
1890 hasta bien entrado el siglo XX-, Freud no tuvo casi ningún partidario y se 
le sometió al más cruel aislamiento científico. “En Viena se me evitaba, y el 
extranjero no tenía noticia alguna sobre mí”, se lamentaba. Incluso cuando en 
1900 publicó su obra maestra “Interpretación de los sueños”, en la que establece 
que la realización de un deseo oculto constituye la esencia de un sueño, apenas 
fue reseñada en las revistas médicas. Pero, poco a poco, a medida que avanzaban 
los primeros años del nuevo siglo fue imponiéndose la verdad. En 1902 se formó 
en torno a Freud un grupo de fieles seguidores de su teoría, que se reunían con 
su maestro una vez a la semana. Se constituyó así la “Sociedad psicológica de 
los miércoles”, porque era éste el día de la semana en el que se realizaba la 
tertulia. Al mismo tiempo, en diversas partes de Europa algunos psiquiatras 
comenzaron a interesarse por el psicoanálisis. El círculo se fue ampliando y, en 
1908, “los amigos de la naciente disciplina”, como los denominaba Freud, 
celebraron el primer Congreso Internacional y convinieron la creación de la 
histórica revista “Anuario para investigadores de psicopatología y 
psicoanálisis”, dirigida por Jung, su más fiel discípulo. Dos años después se 
creó la “Asociación Psicoanalítica Internacional”, y con ella comenzó una fase 
de intensos intercambios, discusiones y… cismas. 
 
En efecto y como suele suceder en el marco de una ciencia nueva, dentro del 
grupo psicoanalítico se iniciaron diversas corrientes que acabaron en auténticas 
disidencias. El caso más notorio fue el de Jung, que intentó integrar en la 
naciente doctrina elementos mitológicos y simbólicos, conceptos estos tan 
alejados de la teoría freudiana que no permitían otra salida que la escisión. 
 
De cualquier forma, el gran maestro siguió profundizando en su obra e incluso 
aún intentó otra aventura: la aplicación del psicoanálisis a la cultura y a la 
historia. Buena prueba de ello son sus trabajos sobre “Psicoanálisis del arte” o 
“El malestar de la cultura”. Esta faceta, sin embargo, no fue aceptada en 
diversos círculos porque –alegaban- un colectivo no puede ser entendido como un 
sujeto a gran escala. De todas formas, y durante todo el siglo XX, han sido 
muchos los intelectuales y artistas que no han podido evitar el uso de 
psicoanálisis como elemento formal en sus obras. El surrealismo onírico en la 
pintura, el ensayo “El idiota de la familia”, de Jean Paul Sastre, la célebre 
película “Recuerda”, de Alfred Hitchcock o la obsesiva utilización de esta 
doctrina en los libros y películas de Woody Allen constituyen buenos ejemplos de 
esta influencia. 
 
Adolf Hitler, cuya personalidad le hacía merecedor de un puesto de honor en el 
diván freudiano, fue precisamente quien impidió a Freud terminar sus días en su 
querida Viena. Ya en la vejez, tuvo que huir precipitadamente hacia Londres, 
debido a la presencia de las tropas hitlerianas en Austria. Aunque su salud era 
delicada, siguió trabajando sin descanso en nuevos artículos y nuevos proyectos. 
Su pasión por el conocimiento y la investigación no tenía límite. Pero la 
naturaleza se lo acabó imponiendo, y un cáncer de boca cortó de cuajo su enorme 
vitalismo. El último libro que pudo leer fue “La piel de Zapa”, de Balzac. “Es 
justamente el libro que necesito. Trata del hambre”, comentó. Su discípulo 
Ernest Jones interpretó así sus palabras sobre la obra: “Posiblemente se refería 
a ese reducirse gradualmente, volverse más y más pequeño, que el libro describe 
de un mudo tan punzante”. 
Sigmund Freud dejó de existir el 26 de septiembre de 1939, a los 83 años de 
edad, hace exactamente medio siglo. Gracias a él, la inmensa mayoría de la 
humanidad ha aprendido muchas cosas que ignoraba sobre sí misma.” 
 
Inés P. Giné 
 
 
 
Notes: 
LOS DIEZ MITOS FREUDIANOS. 
 
ELLO: Estructura psicodinámica que opera en el campo del subconsciente y 
responde automáticamente la búsqueda de la satisfacción inmediata del individuo. 
YO: Controla la 
estructura psíquica y es el encargado de organizar la memoria, el pensamiento y 
el juicio. 
SUPERYO: Sintetiza los 
ideales y las reglas éticas y morales del individuo. 
LÍBIDO: La energía sexual 
en la que se concentran todas las fuerzas psíquicas. Sus alteraciones 
constituirán la causa de las disfunciones del aparato psíquico. 
REPRESIÓN: Mecanismo 
primario de defensa que intenta frenar los impulsos instintivos. 
ACTO FALLIDO: Fenómeno 
que consiste en sustituir inconscientemente una palabra o una idea por otra. 
Según Freud, responde a impulsos e intenciones retenidas o reprimidas. 
COMPLEJO DE EDIPO: A 
edades muy tempranas, el niño concentra sobre la madre sus deseos sexuales y 
desarrolla impulsos hostiles hacia el padre. 
TRANSFERENCIA: Relación 
que surge entre el paciente y el psicoanalista y en la cual se transfieren 
cualidades de uno a otro. 
CONFLICTO ANÍMICO: Pugna 
entre el yo consciente y los instintos impulsivos. 
SUBCONSCIENTE: Región de 
la personalidad en la que la actividad psíquica no aflora al estado consciente. 
El psicoanálisis centra en él toda la terapia. 
 
Notes. “Los sueños”. Una obra onírica de Dalí. Encierran claves de la mente. 
Notes. La revolución aportada por Feud también llegó a España, como se ve en los 
libros de 1929 y 1934. 
Notes: Berta Pappenheim era Anna O., la pionera del método catártico. Sus 
síntomas –parálisis, ceguera…- desaparecían según iba hablando de ellos.  
Notes. Su maestro Charcot, pionero de la moderna psiquiatría. 
Notes: Breuer: su apoyo científico y económico fue capital para Freud. 
 
Notes. PARA SABER MÁS. 
“Autobiografía”. Sigmund Freud. Alianza Editorial, Madrid, 1987. 
“Vida y obra de Sigmund Freud”. Ernest Jones. Editorial Anagrama, Barcelona, 
1981. 
“Introducción al psicoanálisis”, Sigmund Freud. Alianza Editorial, Madrid, 1967 
 
 
Qüestionari sobre el text: 
 
1.”Mètodo de asociaciones libres”. Explica-ho. 
2. Per què marxen de Freiberg cap a Viena, Freud i la seva família? 
3. Quines disciplines estudia Freud durant la seva carrera? 
4. Exerceix de metge? Durant quant de temps? On ? Se sent satisfet ? Per 
què ? 
5. Què és la histèria ? Com se solia « guarir » al segle XIX ? 
6. Qui és Charcot? En què destaca? 
7. Per què Breuer guiava la conversa vers records desagradables amb la 
pacient Anna O. ? Com bateja Breuer aquest mètode ? Com ho anomena col•loquialment 
la famosa pacient ? 
8. En general, quina és la causa de la neurosi segons aquest text? Per 
què la comunitat mèdica no ho acceptava? 
9. Quina és la causa de que Freud abandoni la tècnica de la hipnosi? Com 
la substitueix per tal de penetrar en l’inconscient? 
10. Quina diferència hi ha entre la psicoanàlisi i el mètode catàrtic? 
 
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