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Material de suport de l'assignatura de filosofia per alumnes de primer i segon de batxillerat

 

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PLATÓN Y LA REFORMA POLÍTICA

Luciano Canfora

SÓCRATES O LA MAYORÍA INFALIBLE

Atenas, Donde un delito de opinión podía pagarse con la vida, no era una ciudad precisamente tranquila. Pero en círculos restringidos y un tanto disolutos se podía gozar de una conversación inteligente, variada y paradójica, inagotable, enriquecida por divertidos intermedios... En “El Banquete”: Aquél era el estilo de los “grandes” de la ciudad y de su séquito de intelectuales; del que, como es obvio, Sócrates formaba parte. Los atenienses, diríamos hoy los “atenienses medios”, veían todo eso con otros ojos, no sin grandes recelos... El estilo de vida de los invitados al “Banquete” los volvía aborrecibles a sus conciudadanos, e impulsaba a sospechar de ellos.... En primer lugar en lo que se refiere a la indisciplina sexual, que Alcibíades no se preocupaba por esconder...

Al contar la noche del “Banquete”, Platón le ha quitado dramatismo y le ha añadido carácter sublime... Se sitúa en las casas de los “señores” de mentalidad libre y desprejuiciada. Platón sabía perfectamente que, en el momento del proceso, aunque fuera entre bastidores, una de las principales acusaciones contra el viejo Sócrates fueron las “enseñanzas” que Alcibíades sacó de él. Enseñanzas que se mezclaban con las relaciones personales y la atracción física: habían corrido muchas conjeturas acerca de la posibilidad de que Alcibíades hubiera sido “amante” de Sócrates.

“El banquete” quiere representar, en una versión a la que pocos hubieran dado crédito en aquel momento, lo que verdaderamente era aquel grupo, disuelto poco después por la cascada de procesos que arrastró no sólo a Alcibíades, sino también a buena parte de sus amigos... A partir de aquellos juicios todo fue, si así puede decirse, de mal en peor. Los procesos se aplacaron sólo cuando los delatores agotaron su inventiva, junto con su mala fe. Pero para entonces el terreno estaba ya cubierto de escombros. Se había inducido a los atenienses a creer que en verdad era inminente un golpe de Estado o, mejor dicho, “una conjura oligárquica y tiránica”, para usar el lenguaje democrático corriente por entonces... Atenas no recuperó la calma hasta que pudo incriminar a Alcibíades, el cual se sustrajo al juicio apresurándose a ponerse en guerra contra su propia ciudad.... Entonces se desencadenó la crisis institucional, breve pero cargada de consecuencias, del año 411: se derrocaron las instituciones cardinales de la democracia y quedó a la vista de todos hasta qué punto ésta era débil y carecía de verdaderos defensores. Inútil añadir que la participación en un golpe de Estado de un miembro destacado del círculo socrático como era Criticas, y de su padre Calescro, no pasó inadvertida. Sócrates no hacía política, no intrigaba en busca de cargos públicos de relevancia, pero sus “discípulos” no dejaban de inquietar al “ateniense medio”. Estaban siempre en el campo opuesto al de la democracia.

En la batalla naval más espectacular de la guerra del Peloponeso –que tuvo lugar en las islas Arginusas en agosto de 406- los generales atenienses obtuvieron la victoria. En aquel año Sócrates era buleuta, es decir, había sido elegido, por sorteo, para formar parte del Consejo de los Quinientos. Por eso se vio implicado en el juicio contra los generales victoriosos, a quienes se culpó de no haber salvado a los náufragos, arrastrados por la tempestad que se desató tras la batalla. La asamblea popular, investida del papel de corte de justicia, osciló entre impulsos opuestos, manipulada por las minorías aguerridas y –en aquellas circunstancias- decididas a liquidar a aquellos estrategas.. Lo hacían quizás porque los creían demasiado cercanos a Alcibíades... Se trata de un ejemplo perfecto de la fuerza de las élites, de las minorías organizadas, cuyo éxito radica en convencer a la “mayoría” de que está ejerciendo su propia voluntad soberana como mayoría. En el desarrollo del juicio a los estrategas, que era crucial incluso para el resultado de la guerra, dos minorías organizadas y enfrentadas entre sí se disputaban el favor de esa “mayoría”... Sócrates formaba parte de la minoría derrotada... De lo que no cabe duda es de que el gesto de desafío de Sócrates al “pueblo soberano” no fue bien visto. Había osado poner en tela de juicio la tesis de la superioridad del “demos” sobre la “ley”.

Jenofonte. Muchos años después del ajusticiamiento de Sócrates, insertar en sus “memorias socráticas lo siguiente: Intentaba demostrar de forma concluyente que la fuente de la política democrática radical de Alcibíades quedaba fuera de la enseñanza socrática, y dependía en todo caso de un “pernicioso maestro” como Pericles. Quería demostrar la distancia política entre Alcibíades y Sócrates... Sócrates replicó públicamente que él no reconocía otra autoridad que la ley y que “no haría nada que estuviera en contra de la ley”.

El juicio que se cerró con la pena capital de los generales fue, también desde el punto de vista militar, un gesto suicida... Después de la derrota en la guerra del Peloponeso, vino el famoso gobierno de los Treinta en Atenas, conocido, en la tradición posterior, como el de los “tiranos”. Su jefe era Criticas. Había frecuentado a Sócrates, aunque no sin desavenencias. El sobrino de Critias era Platón. Desde el principio, el gobierno oligárquico fue tan agresivo que determinó un fenómeno nuevo en la historia política de la región: la fuga en masa de todo aquel que pudiese temer la persecución política por simpatizar con el anterior régimen democrático. Atenas redujo sus dimensiones. El Pireo se segregó, y allí se establecieron los demócratas. Fueron relativamente pocos quienes se quedaron “en la ciudad”, y por ello mismo se vieron comprometidos con el nuevo orden. Sócrates estuvo entre ellos. ¿Por qué?

Platón (Carta Séptima) declara haber apoyado en un principio al nuevo régimen de los Treinta... Platón declara también que su alejamiento de los Treinta se produjo cuando éstos rompieron con Sócrates... En el juicio Sócrates (Apología) aduce no haberse alejado nunca de Atenas salvo por obligaciones militares. Y Platón hace heroica esa decisión de Sócrates de aceptar la sentencia de muerte al quedarse en la ciudad. Podría haber salvado la vida si huía. Critón lo visita en la prisión y le propone la fuga, que ya ha sido preparada –y que aquellos mismos que lo habían condenado quizás esperaban, y hasta auspiciaban-, él se niega... Aquel heroico “permanecer en la ciudad” en espera de la muerte que el Estado le infligía fue por tanto la respuesta, tardía pero elocuente, a las acusaciones de quienes ponían en duda las verdaderas inclinaciones políticas del filósofo cuando en el 404 “permaneció” en la ciudad gobernada por Critias.

Relación entre Sócrates y el gobierno de los Treinta. Su camino se bifurcó enseguida. Sócrates corrió el riesgo de sufrir la venganza de los Treinta por haberse negado a formar parte de la delegación que debía detener y ejecutar a León de Salamina, huido del terrible proceso contra el partido democrático... Los oligarcas le impusieron la prohibición de proseguir con su actividad de crítico interlocutor de los jóvenes (“prohibición de dialogar con los jóvenes”)

Más tarde, en su propio proceso, la acusación contra él era muy grave: “Sócrates es culpable de corromper a los jóvenes, y de no creer en los dioses en los que cree la ciudad, y de introducir deidades nuevas” La primera parte de la acusación era de naturaleza política, aunque de manera encubierta, puesto que el acuerdo de pacificación cerrado al final de la guerra civil prohibía las persecuciones judiciales retroactivas. Sin embargo, estaba claro que, refiriéndose a la entera carrera de Sócrates, aquella acusación aludía a los dos discípulos que por diversas razones la ciudad había aborrecido: Alcibíades y Criticas... La segunda parte de la acusación era la más seria judicialmente, puesto que se refería a un “daño” todavía en acto y de incalculables consecuencias: el ateísmo. Era la culpa más grave frente al pueblo de una ciudad antigua: el “ateísmo” era una palabra de un peso enorme. (Anaxágoras, amigo de Pericles, ya tuvo que huir de la ciudad anteriormente).

El aspecto más desconcertante del proceso contra Sócrates es que bajo una acusación de esta índole se hubiera convocado un jurado popular. Los quinientos jueces que condenaron a Sócrates constituían una significativa muestra del cuerpo cívico de la ciudad. La base para formar una corte era una lista de seis mil ciudadanos, probablemente voluntarios, que se renovaba anualmente; simples ciudadanos, no expertos en derecho. Eran cerca de una quinta parte de toda la ciudadanía. El número de los jurados variaba según la importancia de la causa; pero se trataba siempre de varios cientos. Cada jurado tenía plena autoridad y competencia; cada juez recibía un salario de tres óbolos al día, lo que bastaba para vivir. Por eso los necesitados aspiraban a ser elegidos jueces. Seguramente no eran los ciudadanos de ideas más “abiertas”. Casi toda la vida de la ciudad pasaba a través del trabajo judicial de estos hombres. De uno u otro modo, los negocios y las disputas, incluidas las de índole política, acababan en los tribunales. Más que en la asamblea popular, era allí donde los ciudadanos-jueces regían la vida de la comunidad... 280 miembros del jurado votaron a favor de la culpabilidad de Sócrates y 220 votaron por la absolución.

Sócrates (Apología) deja claro que una de las principales razones que lo dejaron solo frente a la opinión pública fue su crítica de la política. Recuerda sus encuentros con diversos políticos, con los que intentó determinar la naturaleza específica de su saber; un esfuerzo que acababa siempre en la constatación de la inexistencia de tal saber. Hacer preguntas inquietantes (pero si la política es una ciencia, ¿no debería poder enseñarse?) no sólo a los atenienses comunes, sino a quienes detentaban el propio “saber” político –es decir, a los políticos que dominaban la asamblea y los destinos colectivos- había sido, por su parte, la manera más antidemagógica de proyectar una visión crítica de la democrática, denunciada como una “fábrica del consenso”. Sin embargo, lo único que consiguió fue ganarse la hostilidad de todos los beneficiaros del sistema, fueran dominadores o dominados. Al llevarlo a juicio, sus acusadores buscaban tal vez una manera de intimidarlo, sin desear necesariamente su muerte. Fue él quien “provocó” a los jurados, utilizando un lenguaje que lo reafirmaba en su papel de crítico inquietante, frente a un público y en un contexto de resonancia mucho mayor que sus habituales conversaciones más o menos privadas.

ENFRENTAMIENTO ENTRE JENOFONTE Y PLATÓN
(AMBOS DISCÍPULOS DE SÓCRATES).

Jenofonte. Colaboró con los del Gobierno de los Treinta... Se exilió posteriormente y se estableció definitivamente al servicio de los generales espartanos en Asia. (Anábasis)

A través de sus obras, Jenofonte estableció un diálogo con Platón, el otro socrático que puso al maestro como protagonista de sus escritos. Un diálogo cuya aspereza no pasó inadvertida a los estudiosos antiguos. La disputa se desarrollaba, como no podía ser de otra manera entre discípulos de Sócrates, en el territorio de la teoría política, de la discusión en torno a la “mejor” fórmula político-social. Al modelo platónico, cuyo punto culminante es la propuesta del gobierno de los filósofos, Jenofonte opone, en la “Ciropedia”, la idea de un monarca “educado” de manera completa, incluida la filosofía. El ejemplo que propone es justamente el de Ciro el Grande, idealizado al máximo. Ya los críticos antiguos advirtieron que era este modelo el blanco al que Platón dirigió sus dardos en “Leyes”, la obra de su extrema vejez, la única en la que Sócrates no figura entre los interlocutores.

A la rivalidad entre Platón y Jenofonte no le faltaba, seguramente, motivos personales Platón se encarniza con Jenofonte en el “Menón” Y la aspereza mostrada por Jenofonte podía tener su origen en las rivalidades internas del grupo de los socráticos, que la guerra civil, y el papel que a cada uno le tocó cumplir en ella, volvió aún más retorcidas. Platón desprecia a Jenofonte porque, junto con otros, se embarcó con Clearco y Ciro como mercenario “la hez de todas las ciudades”.

Tanto Platón como Jenofonte creyeron en Critias y en su experimento. Platón declara haberse retractado enseguida, al ver que perseguían o amenazaban con perseguir incluso al propio Sócrates. Jenofonte, en cambio, participó de aquella aventura hasta sus últimas consecuencias, y lo pagó durante buena parte del resto de su vida. Platón no dejó de soñar con el gobierno de los filósofos, y Critias y los suyos se creían dentro de esa categoría. Jenofonte, quizás también en razón de su experiencia directa tanto de la monarquía persa como de la espartana, recogió y relanzó, en su obra mayor, la “Ciropedia”, el ideal monárquico: el del “buen rey”, entronizado –a diferencia del “tirano”- a la cabeza de una élite de “iguales” de la antigua Persia, en la que Ciro se había educado, y en otras oportunidades con los “iguales” de Esparte. Jenofonte vivió la decadencia de ambos mundos e intuyó o previó con mayor claridad que Platón –aunque no por ello dejara de tener conciencia de las imperfecciones de cualquier modelo- las formas políticas que se afirmarían durante el siglo siguiente, que se abriría poco después con la conquista macedonia de Oriente.
 

PLATÓN Y LA REFORMA DE LA POLÍTICA

Platón era al menos una decena de años más joven que Jenofonte. Nació el año en que Pericles murió de peste (430-429 a C). De sus pariente, el más relevante en la escena política era Criticas. Y no lo era menos en la escena teatral; ésta era, por entonces, la sede más importante de la comunicación de masas en Atenas, junto con la asamblea, pero seguramente más populosa y frecuentada por la gente. En la asamblea reinaba por entonces un cierto ausentismo: sólo en las grandes ocasiones se llegaban a reunir cinco mil personas; rutinariamente el número de los presentes era mucho menor. En cambio, Platón da cuenta de una función teatral a la que asistieron treinta mil espectadores. Allí se forjaba la conciencia de la ciudad mediante una forma de arte que, si bien controlada por el Estado, permitía que se expresasen autores que sutilmente, a través de la escena, ponían en tela de juicio los fundamentos de la ciudad. Durante los años críticos de la juventud de Platón este fenómeno se hallaba en su apogeo, y Critias era uno de aquellos autores; su socio era Eurípides. Ambos se intercambiaban las tragedias; si era necesario, uno ponía en escena la obra del otro. El trabajo más importante era el de dirigir al coro y a los actores; quien se hacía cargo de ello podía figurar como autor de la obra, y con frecuencia ciertamente lo era.

Critias había sido blanco de la misma acusación dirigida con frecuencia a Eurípides: la de ateísmo... Como político, Critias participó desde el primer momento, junto a su padre Calescro –hermano de Glaucón, el abuelo de Platón-, en los intentos de subversión oligárquica... Vínculo de Platón con Eurípides: precoz interés de Platón por la tragedia. Platón desarrolló una actividad poética intensa, componiendo no sólo ditirambos y cantos líricos, sino también tragedias; además estudió pintura... Hasta que conoció y escuchó a Sócrates... El encuentro con el maestro comporta un corte con el pasado.

Platón permaneció junto a Sócrates hasta su muerte. El hecho de que en el 404 se hubiera comprometido con el nuevo régimen, bajo la presión de sus parientes cercanos Criticas y Carmides, no implica en absoluto un distanciamiento con respecto a Sócrates. En la Carta séptima afirma haber retirado su apoyo al gobierno de los Treinta cuando éstos entraron en conflicto con Sócrates... después de la muerte de Sócrates, Platón pensó que debía alejarse por un tiempo de Atenas. Se dirigió a Megara “en compañía de otros socráticos”. Esto significa que los discípulos se sentían amenazados, o por lo menos atemorizados, por el dramático final de aquel juicio, y por eso fueron en busca de refugio a casa de Euclides, en Megara. Buscaban así ponerse a salvo de las eventuales represalias.

Más tarde, ya de vuelta en Atenas, preferirá llevar su actividad filosófica “a puerta cerrada”, en un círculo separado y a salvo de las miradas de sus conciudadanos, llevando una conducta exactamente opuesta a la del perpetuo deambular característico de Sócrates. Eso se deberá entre otras cosas, y quizás sobre todo, a la trágica conclusión de la experiencia socrática.

Los puntos de vista de Jenofonte y Platón son contrarios. Platón, aunque desilusionado por el gobierno de los Treinta, “salva”, por así decir, a Criticas y Carmides. En cambio Jenofonte muestra especialmente hacia Critias toda la hostilidad. Según Jenofonte Critias es quien ha querido manchar a los caballeros con la masacre de Eleusis, y además quien ha llevado a la ruina personal a los miembros de su partido... Para Platón, en cambio, aquella guerra civil no fue más que un desgraciado paréntesis; el verdadero trauma permanecía indeleble: era el monstruoso proceso con el que la democracia restaurada había llevado a Sócrates a la muerte... Porque de ese acontecimiento se deriva la opción vital de Platón: su renuncia a congraciarse con la democracia y a practicar la indagación callejera.

Son dos vidas paralelas, con una diferencia. Jenofonte rompe con Atenas como consecuencia de la guerra civil y de sus secuelas. Platón rompe, él también, con Atenas, pero no ya como consecuencia de la guerra civil, sino de la muerte de Sócrates. Es entonces cuando, juzgando que el modelo político representado por su ciudad es imposible de reformar, busca otros caminos, nuevas experiencias que serán alimento y banco de pruebas para su pensamiento político.

Viajes

Lo que buscaba en los viajes que emprendió lo encontraría al fin dentro de sí mismo. Tras pasar por Megara se dirigió a Cirene, floreciente colonia griega en suelo libio, donde visitó al matemático Teodoro, maestro de Teeteto. Después fue a Italia, donde frecuentó a los pitagóricos Filolao y Eurito. Finalmente a Egipto, aunque muy poco sabemos acerca de este viaje, que fue quizás el más importante de todos. Nos sentimos tentados a pensar que cuanto dice en el Timeo acerca de Solón y del conocimiento que de éste obtuvo sobre los ancestrales mitos de Egipto es un modo críptico de reflejar su experiencia, aunque esto no sea más que una conjetura. En cualquier caso, no es inverosímil imaginar una iniciación de Platón en Egipto. Sin duda allí habría aprendido mucho en materias que lo fascinaban, como la matemática y la astronomía: secretos de unas ciencias y de un pensamiento que se negó a divulgar, como es propio de un iniciado.

No sabemos hasta qué punto influyó sobre Platón su trato con los pitagóricos. Este viaje, que lo llevó a Italia y a Sicilia, fue el más importante de cuantos realizó... El relato de este viaje se realiza a través de episodios que dejan períodos de tiempo en blanco. Entre la muerte de Sócrates (399) y el primer viaje a Sicília (388), pasan en realidad más de diez años; periodo durante el cual Platón tuvo sin duda otras experiencias, que sin embargo pasa por alto. Además, presenta la idea nuclear de su pensamiento político “la de los filósofos gobernantes- como si hubiera estado ya formada antes del viaje a Occidente.... Parece como si Platón emprendió el viaje a Italia a la búsqueda de un banco de pruebas para sus convicciones.

El espectáculo de la vida regalada que era corriente en aquellas regiones lo impulsa a dar un nuevo paso adelante en su reflexión política: “Tampoco se mantendría firme una ciudad según sus leyes, de cualquier clase que sean, si los hombres piensan que deben consumir todo hasta el exceso y consideran además que deben estar ociosos por completo, salvo para festines, bebidas y para los fatigosos esfuerzos de los placeres carnales. Es forzoso que estas ciudades jamás acaben con la rotación de tiranías, oligarquías y democracias...” La calidad de las leyes tiene, por tanto, una importancia relativa: una óptima legislación se mostrará impotente si los hombres van a la deriva en el terreno de la ética. Lo cierto es que aquel primer viaje de Platón acabó bastante mal. El viejo tirano, Dionisio, irritado, no estaba dispuesto a soportar lo que el filósofo ateniense venía a predicar (Siracusa: Llamado por el joven Dión, sobrino de Dionisio). El tirano Dionisio ordenó que el filósofo fuera embarcado en la nave de Polis, embajador espartano presente por entonces en la ciudad, a quien se le encomendó la tarea de vender al insidioso ateniense como esclavo. Fue vendido en Egina, sede de uno de los más florecientes mercados de esclavos. Platón vivió entonces la experiencia más extrema para un griego: la de la esclavitud; tanto más dramática para un noble de muy antiguo linaje...

El rescate fue pagado por personas relacionadas con Dios. El benefactor, Aníceris de Cirene no quiso aceptar el dinero de devolución del rescate, y esta suma sirvió para la fundación de la Academia: se utilizó para comprar el terreno en el que platón erigiría su Academia., puesto que la fundación de la Academia es inmediatamente posterior al primer viaje a Sicilia y al final feliz de su imprevista aventura.

Con la Academia los filósofos se aislaron definitivamente de la ciudad. Se trataba de una comunidad que mostraba absoluta independencia con respecto a Atenas. Y ello no hacía más que irritar y llenar de sospechas a los “buenos” atenienses. ¿Qué tramaba esa gente en su aislamiento? Sabemos hasta qué punto la ciudad era “intervensionista”, hasta qué punto gustaba de interferir en la vida de cada individuo en Atenas no menos que en Esparta. Figurémonos entonces la manera en que habrá desagradado esta camarilla de filósofos que,, a la manera de los oligarcas de otro tiempo, se consideraban extraños a la ciudad... Años más tarde, la escuela de Aristóteles, fundada sobre el mismo modelo de la Academia, será objeto de un recelo muy semejante.... A pesar de ello, la escuela gozó de gran prestigio a todo lo ancho del mundo griego. Platón era un maestro respetado y se lo tenía por una gran autoridad..

Habían transcurridos unos veinte años de la fundación de la escuela cuando llegó a ella una carta que sacudió sus cimientos. Dión escribía a Platón, ahora que el viejo tirano Dionisio de Siracusa había muerto, para expresarle su convicción de haber cultivado en el nuevo soberano de la ciudad, el Dionisio el Joven, una activa y prometedora curiosidad por la figura de Platón... tenía ya más de sesenta años cuando emprendió este viaje, movido porque no quería aparecer como alguien que sólo es capaz de decir palabras e incapaz de poner en práctica un proyecto político... Era sin duda un asunto obsesivo para él...

Cuando Platón llegó a Siracusa encontró que la posición de Dión se hallaba muy debilitada: en la corte se encontraba aislado y constantemente sometido a las calumnias que lo acusaban de conspirar contra el nuevo señor de la ciudad... Vemos a Platón obligado a pactar con el tirano, que pretende utilizarlo al tiempo que sospecha que es el filósofo quien quiere utilizarlo a él. Aquí se halla el verdadero fracaso de Platón: en haberse dejado arrastrar en la espiral del poder, sin jalonar el objetivo de ser él quien lo controlara; en haber acabado, en sustancia, y a pesar de su afecto por Dión, poniéndose del lado de Dionisio. Platón era entonces poco menos que un prisionero, aunque al final se le permitió regresar a Atenas. Pero había prometido volver, y en efecto retornó a Sicilia (361-360 a C).

En el 360, en Olimpia, durante el viaje del definitivo retorno, Platón se encontró con el expatriado Dión, quien por entonces preparaba una acción militar contra Dionisio. Pero Platón se negó a unirse a ella... “Yo no tengo edad para emprender ninguna guerra común. Estaré a vuestro lado siempre que requiráis amistad el uno del otro y deseéis haceros bien, pero mientras os estéis deseando maldades, convocad a otros”... Platón tuvo la percepción de la distancia abismal que lo separaba no ya de Dionisio, distancia obvia, sino también de Dión. ¿Qué había sacado éste en limpio de las enseñanzas de Platón si creía que mediante las armas se podía conquistar la voluntad de los hombres? Nada había comprendido del núcleo central del pensamiento del maestro, que se centraba en la idea de conquistar la mente de los gobernantes. La vía “militar” era a sus ojos un colosal error. Por eso, en un determinado punto de la Carta séptima, Platón hace una sabia pausa y recurre a la metáfora según la cual el buen médico es aquel que renuncia a dar consejos al enfermo refractario y hostil, y en cambio es un médico mediocre el que insiste por este camino.

Decepcionado por sus propios fracasos, Platón abandona a Dión. Tres años más tarde, éste, encabezando un ejército de mercenarios –entre lo que figuraban muchos atenienses-, consiguió echar a Dionisio del trono. Pero en el año 354 una conjura, surgida entre los mercenarios, y liderada por el ateniense Calipe, acabó con la vida de Dión, y puso a sus amigos en la necesidad de dirigirse a Platón una vez más. Platón accedió de nuevo.

La Carta octava es mucho más que un mero desarrollo empírico sugerido por la evolución de los acontecimientos. Por entonces Hiparinos, al frente de los partidarios de Dionisio, había alcanzado la victoria. Platón, que no renunciaba a participar en la acción política concreta, propuso una solución que, en la coyuntura siracusana, rozaba el absurdo: una monarquía constitucional y colegiada de tres reyes, formada por el propio Hiparinos, Dionisio y el hijo de Dión. Su tendencia a las soluciones tradicionales se hace aquí evidente, puesto que la referencia explícita de esta fórmula es la monarquía espartana y las antiguas instituciones de Licurgo, con dos reyes que gobernaban conjuntamente y cuyo poder quedaba limitada por el senado y por los éforos.

La Carta octava es una auténtica prefiguración de las Leyes, aunque está todavía muy ligada al mito espartano (que había fascinado a generaciones enteras de pensadores: el de la larga pervivencia, jamás sacudida por crisis alguna, de las instituciones espartanas)... En la Carta octava Platón pone el acento, más que en la cuestión del equilibrio de los poderes, sobre la soberanía de las leyes, donde “la ley se ha convertido en soberana absoluta de los hombres y los hombres ya no son los tiranos de las leyes” Poder absoluto, por tanto, de las leyes sobre los hombres, los gobernantes incluidos. Es el punto de llegada del último Platón, del Platón de las “Leyes”, monumental obra de su vejez.

En la “República” se trazaban las directrices de una sociedad colectivita, circunscrita a las castas dirigentes del Estado ideal, y dejando fuera a los banausoi, los “proletarios”, a quienes concedía, en razón de su inferioridad, satisfacciones egoístas y descarriadas, como la propiedad y la familia. Las “Leyes”, por el contrario, proveen una rigurosa normativa incluso para la tercera clase, justamente la de los trabajadores. Éstos siguen estando sometidos, y además, ahora, continuamente guiados, vigilados y, si resultan culpables, castigados. Platón se muestra persuadido de que es arriesgado dejar desarrollarse de forma libre una dinámica incontrolada, aunque sea sectorial y limitada a las capas inferiores. Igualmente, está convencido de que las imposiciones de la “virtud” deben dirigirse por igual a todos los cuerpos y los sujetos del Estado ideal. La legislación prefigurada por él para una ciudad bien gobernada se muestra como sumamente controladora de la vida individual y necesariamente represiva.

El dilema entre “anarquía” y “virtud”, entre el caótico espíritu de independencia de los individuos respecto del Estado y la coerción es el dilema que volverá a aparecer a todo lo largo de su reflexión... Platón creó la doctrina de una sociedad colectivista y profundamente “intervensionista” sobr la vida de cada individuo, como única vía para la realización no personal –lo cual sería imposible- sino colectiva del “sumo bien”. Pero su concepción de una sociedad de estas características resulta una rígida –crecientemente rígida- organización jerárquica de corte autoritario. En ello se muestra la atracción de Platón, como antes en Criticas, por un modelo que no deja de estar presente en su conciencia: el de la Esparta igualitaria, pobre y virtuosa, de las leyes de Licurgo.

Poniendo a los “tiranos” de Siracusa como interlocutores de su experimento de “monarcas-filósofos”, Platón adoptó inicialmente un punto de vista que podríamos definir como “hobbesiano” Esta posición era seguramente compartida por otros socráticos, ya que con toda probabilidad desciende de la actitud radicalmente crítica del mismo Sócrates –quien no por casualidad decidió permanecer en Atenas durante el gobierno de los Treinta- frente a todas las formas políticas tradicionales. Platón, empero, fue más allá. A través de su experimento siracusiano, se abrió a un empírico entendimiento con los tiranos. Se trata de una opción por el realismo político que suele permanecer en la sombra cuando se habla de Platón, a quien tradicionalmente se lo ubica en las antípodas del realismo y sobre todo de la “Realpolitik”.

Las contradicciones entre el Platón filósofo y el Platón político: Como bien sabía el Sócrates platónico, la política es el único arte que no tiene cánones capaces de ser enseñados, y que sin embargo alguien estará siempre obligada a practicar.


ARISTÓTELES, UNO Y MÚLTIPLE.

En el 367 a C, Aristóteles, que por entonces tenía diecisiete años, llegó a Atenas para estudiar en la Academia, la escuela de Platón; hacia ella afluían los mejores ingenios de todas las latitudes. Aristóteles había nacido en Estagira, Macedonia; su padre había sido médico de Amintas, rey macedonio, padre de Filipo, a quien también atendió más tarde. Desde los tiempos de Arquelo, muerto treinta años antes, Macedonia miraba la cultura ateniense con gran interés, incluso con avidez. La familia real, junto con una pequeña élite de corte, habían adoptado esta posición a la Pedro el Grande. Muchas fuerzas externas habían contribuido a que esa actitud filohelénica tomara cuerpo. Era, además, una opción estratégica: Macedonia no miraba a la Iliria o a los Balcanes, sino a Grecia, cuya aceptación esperaba y a la que el audaz e intrépido Filipo querría subyugar... Por mucho que Demóstenes protestara contra la “grecidad” usurpada por los macedonios, se trataba de un camino irreversible. En ese contexto, la decisión de enviar al prometedor hijo del médico de la corte a la escuela de Platón era, para la casa reinante en Macedonia, una inversión de futuro: Aristóteles, el brillante adolescente, se pondría en contacto con el centro del pensamiento más avanzado de la Grecia continental. Allí se practicaba la ciencia desinteresa por excelencia; por eso, aquella fue un decisión clarividente. Aristóteles fue enviado a realizar experiencias intelectuales del rango más elevado y no a la búsqueda mezquina de una profesión; se nutriría de aquella educación de rey para, a su regreso, trasplantar a su país, y sobre todo a la educación del joven príncipe y heredero del trono, los frutos de ese extraordinario aprendizaje.

Pero justamente ese mismo año Platón estaba ausente de la escuela, ocupado por su segundo viaje a Sicilia. Entre este viaje y el tercero transcurrieron pocos años; época tormentosa para un Platón que, en una edad ya avanzada, afrontaba la prueba más dura de su vida. Fue este Platón –en el umbral de la vejez y agobiado por el fracaso de la experiencia siciliana- el que conoció Aristóteles. Éste permaneció en la escuela platónica durante veinte años: lo que debía ser un período de formación se convirtió en una adhesión permanente, en una opción vital, atrapado por la fascinación que despertaba el maestro con su enseñanza viviente. No es superfluo insistir en esta opción, en este cambio de proyecto existencial determinado por el encuentro con el hombre al que –como escribiría el propio Aristóteles- “los malvados no tienen ni siquiera el derecho de elogiar”.

No fue fácil la relación entre maestro y alumno, tan inteligentes ambos y tan distintos en sus temperamentos. Algunas fuentes hablan de una auténtica intolerancia de Platón hacia Aristóteles, que alcanzaba incluso a su manera de vestir y de cortarse el pelo, y de una pugna intelectual tan sostenida por parte del discípulo que acabaría arrastrándolos a la ruptura... Sin embargo, más allá de estas tensiones, Platón era completamente consciente de la magnitud intelectual de aquel joven macedonio. Comparándolo con Jenócrates, discípulo muy devoto pero de modesta inteligencia –quien más tarde lo sucedería al frente de la Academia-, solía comentar: “¡Penar que crié un asno (Jenócrates) para luchar contra un caballo (Aristóteles!”.

Los ecos de la política y de la guerra no llegaban por lo general al interior de las escuelas. Pero cuando, bajo el impulso un tanto fanático de Demóstenes, Atenas acudió al auxilio de Olinto –asediada por Filipo, rey de Macedonia-, sin poder evitar su capitulación, Aristóteles comprendió que no era conveniente permanecer en Atenas. Poniendo fin a una estancia de veinte años, se marchó a Atarneo, en Troade, en la costa de Asia Menor, frente a Tracia y a la península Calcídica... Aristóteles era súbdito del rey de Macedonia. Demóstenes consiguió empujar a Atenas a la intervención; así pues, Atenas se encontraba en guerra contra Macedonia... Era la primavera del 347. Platón aún vivía: murió probablemente en mayo de ese año. Hasta la destrucción de Tebas por parte de Alejandro Magno y hasta la definitiva derrota del partido de Demóstenes, Aristóteles no volvería a pisar suelo ateniense.

Todo ello nos hace considerar errónea la relación que algunos establecen entre la fuga de Aristóteles de Atenas con la muerte de Platón y la ascensión de Speusipo al frente de la Academia. Tal sucesión era obvia, dado que Speusipo era pariente del maestro, y garantizaba además, entre otras cosas, la continuidad de la posesión del terreno sobre el que se levantaba la escuela. Por otra parte, Speusipo era el discípulo más cercano a los intereses filosóficos del último Platón. Aristóteles ni siquiera era ciudadano de Atenas, sino súbdito macedonio, y por tanto no podía en ningún caso aspirar a suceder a Platón.

La decisión de Aristóteles fue de orden político. Bajo el gobierno de Demóstenes, el filósofo macedonio se sentía amenazado. Seguramente se sospechaba de él, y era espiado por los fanáticos antimacedonios del llamado “partido patriótico”. Años después, Demócares, sobrino de Demóstenes y su heredero político, declaró que, en su tiempo, se había interceptado cartas de Aristóteles de las que se infería su papel entre los agentes al servicio de Macedonia. No deja de ser cierto que un observador atento hubiera podido preguntarse por qué, en lugar de regresar a Macedonia, Aristóteles se estableció en un sitio tan estratégico como Atarneo.

Una vez instalado en Asia, Aristóteles fundó una escuela, o un cenáculo filosófico, que hubiera podido pasar por una delegación de la escuela platónica. De hecho, junto con él llegaron a Atarneo –donde se acogieron a la protección de Hermias, el dinasta local- otros dos platónicos: Erasto y Corisco. Hecho que no salió a la luz hasta principios del siglo XX, cuando se descubrió un papiro egipcio que contenía una buena parte del comentario de Dídimo de Alejandría a Demóstenes. Una vez más, los caminos de Demóstenes y los de Aristóteles se cruzaron. En ese papiro, Dídimo aporta un dato muy interesante: que fue Hermias quien solicitó a los tres –Aristóteles, Erasto y Corisco- que se instalaran en su ciudad.

 

 

 

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