Índex Tornar Platón on de rocs Platón Plató Alguns mites LA REPUBLICA. Comentari Platón y la reforma política L'ensenyament platònic Un Plató esotèric. El inicio de la filosofía El mite de la caverna Articles El "Teeteto" y el "Sofista" Paseo guiado El prisionero "Parménides" Emilio Lledó Esquemes Exercicis: Comentaris
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Exposició
desenfadada de la vida i obra de Plató
(o com explicar
Plató a "pedrades")
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Enllaços |
PLATÓN "on de rocs"
Antecedentes.
Pitàgoras
Pitàgoras nació en Samos, hacia el 580 aC., pero huyó de la tiranía local
para fundar su escuela religioso-filosófica-dietética-matemática en la
colonia griega de Crotona, en el sur de Italia, donde estableció una
larga lista de reglas a sus pupilos-discípulos-místicos-gourmets; entre
otras limitaciones, les estaba expresamente prohibido comer judías o
corazón, cortar la primera rodaja en un pan o permitir que las
golondrinas anidaran en sus tejados y, sobre todo, en absolutamente
ninguna circunstancia, se comerían su propio perro.
Desafortunadamente, el impresionante cúmulo de cualidades de Pitágoras
no convenció a los ciudadanos de Crotona, que llegaron a cansarse de él,
de manera que el filósofo tuvo que salir corriendo otra vez, para
instalarse no muy lejos, en Metaponto, donde murió hacia el 500 aC.. Sus
enseñanzas florecieron durante unos cien años más, esparciéndose por el
sur de Italia y por Grecia por obra de sus discípulos
místico-matemáticos, y así es como Platón vino en su conocimiento.
Al igual que Sócrates, Pitágoras tomó la precaución de no escribir nada,
de manera que sus enseñanzas han pasado a nosotros a través de las obras
de sus discípulos y éstos –sabemos ahora- son los auténticos
responsables de la abigarrada mezcla de pensamiento, prácticas de
conducta, matemáticas y mercancías diversas que forman lo que hemos dado
en llamar pitagorismo. Incluso el famoso teorema sobre el cuadrado de la
hipotenusa no se debe, casi con certeza, al propio Pitágoras.
El famoso dicho de Pitágoras “Todo es número” habría de influir
profundamente en Platón. Es la clave del pensamiento puramente
filosófico de Pitágoras, pensamiento profundo y que ejerció una gran
influencia. Pitágoras creía que por detrás del mundo confuso de la
apariencia está el mundo abstracto y armonioso de los números. Es
preciso entender que su concepción del número está próxima de lo que hoy
llamaríamos “forma”. Los objetos materiales no eran simplemente
compuestos de materia sino que consistirían, en última instancia, en las
formas a partir de las cuales fueron creados. El mundo ideal de los
números (o de las formas) era armonioso y más real que el llamado mundo
real. Fue Pitágoras –o los pitagóricos- quien descubrió la relación
entre los números y la armonía musical, descubrimiento éste que hace que
su teoría de las formas (o de los números) no parezca tan traída por los
pelos, sobre todo a la vista de la moderna física de las partículas
subatómicas, basada más en números y descripciones de formas que en el
concepto de substancia.
Vida y obras.
Platón era un conocido luchador, que debe el nombre por el que todavía
hoy le conocemos a su apodo en el cuadrilátero. Platón quiere decir
ancho o plano; seguramente la primera acepción es la correcta, y se
refería a sus espaldas, aunque otros insisten en que el apodo se debe a
su frente, presumiblemente ancha. Al nacer, en el 428 a.C. Se le dio el
nombre de Aristocles. Platón nació en Atenas, o quizá en la isla de
Egina, a sólo dieciocho kilómetros de Atenas, en el golfo Sarónico, en
el seno de una de las grandes familias patricias de Atenas; su padre,
Ariston, descendía de Codro, el último rey de Atenas, y su madre
procedía de Solón, el gran legislador ateniense.
Como a menudo sucede con los miembros de familias de raigambre política,
las primeras ambiciones de Platón se dirigían hacia otros campos; por
dos veces ganó el premio de lucha en los Juegos Ístmicos, pero parece
que nunca llegó a competir en los Juegos Olímpicos, en Olimpia, así que
decidió entonces probar fortuna como poeta trágico, sin que consiguiera
impresionar a los jueces en ninguno de los grandes festivales. Ya que
había fracasado en sus intentos de ganar una medalla de oro olímpica y
en los de convertirse en estrella de la literatura, Platón se resignó a
ser un simple hombre de Estado; pero antes, como último escarceo, quiso
saber qué era eso de la filosofía y se fue a escuchar a Sócrates.
Fue amor a primera vista. Durante los nueve años siguientes, Platón se
sentó a los pies de su maestro, absorbiendo todo lo que podía de sus
ideas; los combativos métodos de enseñanza propios de Sócrates le
hicieron ver toda su potencia intelectual, a la vez que reparaba en las
muchas posibilidades que quedaban abiertas. A pesar de haber encontrado
ya su auténtico camino “profesional” en la vida, Platón se sentía aún
tentado por la política, pero la conducta de los políticos atenienses le
disuadió de ello. La guerra del Peloponeso terminada, los Treinta
Tiranos –dos de cuyos líderes, Critias y Carmines, eran parientes
cercanos de Platón- impusieron un régimen de terror que no impresionó
gratamente a Platón. Entonces, tomaron el poder los demócratas, quienes,
dos años después, sentenciaron a muerte al amado maestro de Platón,
acusado falsamente de impiedad y de corromper a la juventud. La
democracia quedaba ahora, a los ojos de Platón, tan mancillada como la
tiranía.
La proximidad a Sócrates colocaba a Platón en una situación peligrosa
que le obligó, por su bien, a alejarse de Atenas. Así empezaron sus
“viajes” que habrían de durar los doce años siguientes. Después de haber
aprendido todo lo que pudo a los pies de su maestro, ahora aprendería
del mundo; pero el mundo no era muy vasto por entonces, de modo que
Platón se alejó sólo unos treinta kilómetros, a la vecina Megara, donde
pasó el primer período de su exilio estudiando con su amigo Euclides. (Éste
no era el célebre geómetra, sino un discípulo de Sócrates, famoso por la
sutileza de sus argumentos lógicos; amaba tanto a Sócrates que atravesó
territorio enemigo ateniense disfrazado de mujer, sólo para asistir a la
muerte de su maestro.)
Platón se quedó en Megara con Euclides durante tres años, para después
viajar a Cirene, en el norte de África, con el fin de estudiar
matemáticas con Teodoro; parece ser que después viajó por Egipto y que,
según algunos, visitó a ciertos magos en Levante y llegó por el Este
hasta las riberas del Ganges, pero esto no parece muy probable. Sí
sabemos a ciencia cierta que Platón arribó a Sicilia después de una
década de viajes y visitó el cráter del Etna. La visita al Etna era una
gran atracción turística de la época, no sólo como fenómeno geográfico,
sino porque muchos creían que así eran los infiernos y una visita allí
proporcionaba un vislumbre de nuestras futuras condiciones de vida: para
Platón tenía, además el atractivo de su asociación con Empédocles,
filósofo y poeta del siglo V; Empédocles estuvo dotado de poderes
intelectuales tan prodigiosos que llegó a convencerse de que era un dios
y, para probarlo, se lanzó a la lava hirviente del Etna.
Más importantes para Platón debieron ser los contactos que hizo con los
seguidores de Pitágoras, que habían florecido en las colonias griegas de
Sicilia y del sur de Italia. El descubrimiento hecho por Pitágoras de la
relación entre los números y la armonía musical le habían llevado a
creer que los números eran la clave para la comprensión del universo;
todo podía explicarse en términos de números, que existían en un reino
abstracto más allá del mundo cotidiano. Esta teoría ejerció un profundo
efecto en Platón y le llevó a su creencia de que la realidad última era
abstracta; lo que había comenzado como números se convirtió en formas o
ideas puras en la filosofía de Platón.
La característica central en la filosofía de Platón es su Teoría de las
Ideas, o de las Formas, que prosiguió desarrollando durante toda su
vida, con lo cual ha llegado hasta nosotros en diferentes versiones,
dando así a los filósofos ocasión para discutir durante siglos.
La mejor explicación de la Teoría de las Ideas de Platón es la suya
propia (lo que no es siempre el caso, ni en filosofía ni en otras
materias). Por desgracia, Platón hizo su explicación recurriendo a una
imagen, colocándola así más en el dominio de la literatura que en el de
la filosofía.
Dicho brevemente, Platón afirma que la mayoría de los humanos vivimos
como en una cueva oscura, encadenados, de cara a un muro blanco y con un
fuego a nuestras espaldas; todo lo que vemos son sombras temblorosas
moviéndose en el muro y tomamos esto por la realidad, pero podemos
aspirar a ver la verdadera luz de la realidad sólo cuando aprendamos a
abandonar el muro y sus sombras y escapemos de la cueva.
Dicho en términos más propiamente filosóficos. Platón pensaba que todo
lo que percibimos a nuestro alrededor en la experiencia cotidiana –zapatos,
barcos, lacre, repollos, reyes- son meramente apariencias; la verdadera
realidad está en el reino de las ideas, o formas, del cual proceden las
apariencias. Así, un caballo negro particular deriva su apariencia de la
forma universal de caballo y de la idea de negrura. El mundo físico que
percibimos está en continuo estado de cambio, mientras que, por el
contrario, el reino universal de las ideas, que es percibido por la
mente, es inalterable y eterno. Cada forma –tales como las de redondez,
hombre, color, belleza, etc.- es como un modelo para los objetos
particulares del mundo, mientras que estos objetos particulares son
copias imperfectas, siempre cambiantes, de las ideas universales.
Podemos refinar nuestras nociones de las ideas universales, empezar a
aprehenderlas mejor, por el uso racional de la mente. Así nos acercamos
a la realidad luminosa, que está más allá de la cueva oscura de nuestra
vida diaria.
En el reino de las ideas universales hay una jerarquía, que lleva desde
las formas menores a través de ideas abstractas cada vez más sutiles
hasta la más alta de ellas, que es la idea el bien. Si aprendemos a
dejar de lado el mundo de lo particular, siempre cambiante, y nos
concentramos en la realidad intemporal de las ideas, nuestro
entendimiento se elevará por la jerarquía de las ideas hasta la última y
mística aprehensión de las ideas de Belleza y Verdad, para llegar por
fin a la idea de Bondad.
Todo esto nos conduce a la ética de Platón. En el mundo de lo
particular, lo más que podemos percibir es la apariencia del bien, de
modo que solamente con la ayuda de la razón podemos lograr una visión de
la idea universal del bien. Con esto Platón aboga por una moral de
ilustración espiritual más que por reglas de conducta particulares. La
naturaleza esencialmente transcendental de la filosofía de Platón hizo
que gran parte de su pensamiento fuera más tarde aceptado por el
cristianismo.
Durante su estancia en Sicilia Platón se hizo amigo de Dión, cuñado de
Dionisio, el tirano de Siracusa. Dión procuró un encuentro entre ambos,
quizá con la esperanza de conseguirle un empleo de filósofo oficial de
la corte, pero Platón, a pesar de sus viajes por el mundo, conservó su
carácter de aristócrata ateniense, no particularmente entusiasta con los
modos provincianos de Siracusa. Dionisio era un general y un tirano,
henchido además de pretensiones literarias y que creía valer dos veces
lo que el mejor de sus contemporáneos; como si quisiera confirmar esto,
se casó con dos mujeres, Doris y Aristómaca, el mismo día, y pasó con
ambas la noche de bodas; Plutarco dice que, después, recibía en su cama
a Doris los días impares del mes y a Aristómaca los días pares. Parece
ser que Dionisio fue un hombre de apetitos voraces en todos los campos;
una vez, dio un banquete que duró noventa días.
Cuando Platón entra en escena, la vida en Siracusa se había calmado un
tanto; la descripción de Platón la muestra agradable, si bien “no
encontré ningún placer en los gustos de esta sociedad devota de la
cocina italiana, cuya felicidad consistía en atiborrarse dos veces al
día y en no dormir nunca solo”; esto era demasiado para Platón, cuya
rigidez puntillosa de aristócrata ateniense terminó por crispar los
nervios de Dionisio.
Dionisio había comenzado su vida como empleado de la administración
civil, pero se hizo notar enseguida por sus excepcionales dotes poéticas,
de modo que ascendió en la jerarquía del ejército, a la vez que iba
soltando unas tragedias en verso de inigualable mérito (o así al menos
aseguraban de buen grado sus oficiales subordinados). Después de hacerse
con el mando, Dionisio transformó Siracusa, por una serie de conquistas
brutales, en la ciudad griega más poderosa al oeste de Grecia, de tal
manera que los atenienses, en aras de unas buenas relaciones
diplomáticas, no dudaron en premiar su
Inmortal drama “El rapto de Héctor” en el Festival de Lenaen.
Dionisio no era hombre que se dejara intimidar por ningún advenedizo
snob venido a su corte a mendigar un empleo. Las chispas saltaron tan
pronto como Platón y él empezaron a hablar de filosofía; una vez que
Platón quiso hacerle ver un fallo en su razonamiento, Dionisio exclamó,
disgustado, “hablas como un loco senil”.
“Y tú hablas como un tirano”, replicó Platón. Con lo cual Dionisio
decidió respetar las palabras de Platón y mandó que lo encadenaran, lo
metieran en un barco espartano con destino a Egina y dio instrucciones
al capitán para que lo vendiera como esclavo. “No te preocupes, es todo
un filósofo, no le importará”, observó Dionisio.
Algunas fuentes han sostenido que la vida de Platón estuvo entonces en
peligro, pero el hecho de que fuera enviado a Egina sugiere algo
diferente, además de la posibilidad de que esta isla hubiera sido su
lugar de nacimiento, y no Atenas. Devolver a Platón como esclavo a su
ciudad natal era la clase de humillación que divertiría a Dionisio pero,
además, podía tener casi la certeza de que algún amigo influyente le
reconocería y compraría, evitando así serias repercusiones diplomáticas
con Atenas (y, con ello, una mala predisposición de los jueces en el
siguiente reparto de premios literarios).
El plan de Dionisio se cumplió tal y como lo había ideado. Platón
recibió un buen susto con la amenaza de tener que trabajar para vivir,
algo que puede helar el corazón de cualquier filósofo, y no tardó mucho
en ser descubierto en el mercado de esclavos por su rico y viejo amigo
Anniceris el Cirenaico, que lo compró por el barato precio de veinte
minas. Anniceris se puso tan contento con su filósofo de rebajas, que le
envió a Atenas con dinero suficiente para montar una escuela.
El año 386 a.C. compró Platón un terreno en la Arboleda de Academo,
kilómetro y medio más o menos, al noroeste de Atenas, pasada la Puerta
Eriai de las antiguas murallas de la ciudad. Era un parque con plátanos
que daban sombra a algunas estatuas y templos y allí, entre frescos
caminos y arroyos cantarines, abrió Platón la Academia, reuniendo
alrededor de sí un grupo de seguidores, entre los que se contaban
algunas mujeres, una de las cuales, Axiotea, vestía como un hombre; ésta
es la escuela conocida ( y reconocible) como la primera universidad.
La Arboleda de Academo donde Platón fundó la Academia (y donde la
escuela tomó su nombre) era así llamada debido a que allí había residido
antiguamente Hecademo, un oscuro héroe semidivino de la mitología ática.
Parece ser que la principal hazaña de Hecademo fue plantar allí doce
olivos, retoños del olivo sagrado de Atenea en la Acrópolis. De resultas
de esta elección de Platón, Hecademo es recordado hasta el día de hoy a
todo lo ancho del mundo civilizado, y nuestra versión de su nombre
adorna desde escuelas de secretariado hasta los premios anuales de cine,
o concursos televisivos.
“¿Qué es la Justicia?” pregunta Platón en su obra más conocida, “La
República”. En este diálogo, Sócrates y un reparto de personajes se
reúnen para cenar en la mansión de un magnate jubilado. Para cuando
Sócrates entra en la conversación ya han acordado todos que no tiene
sentido tratar de definir la justicia sino dentro del contexto más
amplio de sociedad; Sócrates se dispone a describir su idea de una
sociedad justa.
Se supone que los primeros diálogos escritos por Platón, pero con
Sócrates en el papel estelar, contienen las ideas de Sócrates, mientras
que en los diálogos medios y más tardíos estas ideas sufren una especie
de transformación, de modo que las ideas expuestas por Sócrates son las
propias de Platón. “La República” es el más bello entre los diálogos del
período medio; en el curso de sus prescripciones para una sociedad
justa, Platón expone sus ideas sobre tópicos tan varios como la libertad
de palabra, el feminismo, el control de la natalidad, propiedad pública
y privada y muchos más; precisamente el género de asunto que uno
trataría de evitar a toda costa en una cena agradable, aunque pronto
descubrimos que no va a resultar una velada precisamente agradable y que
la sociedad allí propuesta tampoco es muy placentera. Las opiniones de
Platón sobre los tópicos mencionados son opuestas a las mantenidas hoy
por todo el que no sea un fanático o un chiflado.
En la república ideal de Platón no habría propiedad ni matrimonio, salvo
para los órdenes inferiores, los únicos adecuados para tales menesteres.
Se separaría los niños de sus madres y se les educaría en comunidad, de
manera que el Estado sería como sus padres y todos los contemporáneos
serían sus hermanos y hermanas. Estos bastardos por obligación serían
educados en la gimnasia y en la música edificante (nada de música jónica
o lidia, sólo marchas militares, para inculcarles valor y amor a la
patria.)
Todo esto hace que no se pregunte cómo sería la infancia de Platón y,
como era de esperar, Diógenes Laercio nos informa de que el padre de
Platón “hacía el amor violentamente” a su madre y que nunca “consiguió
ganarla para sí”; aunque lo más seguro es que Platón fuera hijo legítimo,
parece ser que su madre tomó pronto un segundo marido y que Platón fue
criado en varios hogares, de modo que no es sorprendente que no tuviera
apego a la vida en familia.
Pero volvamos a la Utopía según Platón. A la edad de veinte años, la
escoria que no había mostrado el suficiente aprecio por los ejercicios
físicos y la música de banda se vería eliminada y enviada a realizar
trabajos serviles tales como los de la agricultura o los negocios, con
el objeto de alimentar a la comunidad. Mientras, los mejores estudiantes
seguirían con el estudio de la aritmética, la geometría y la astronomía
durante diez años más. Enloquecidos por las matemáticas, la siguiente
tanda de fracasados sería despachada hacia el ejército. Ahora sólo
quedaba la “crème de la crème”, a quienes por cinco años más, hasta la
edad de treinta y cinco, se les permitiría el gran honor de estudiar
filosofía; durante los quince últimos años se ocuparían del estudio
práctico del gobierno. A los cincuenta años se les consideraría aptos
para gobernar.
Estos filósofos-gobernantes vivirían juntos en barracas comunales, donde
no tendrían posesiones privadas y donde podrían dormir con quien
quisieran. Habría completa igualdad entre hombres y mujeres. (aunque en
otro diálogo a Platón se le escapa decir que “si el alma no vive
justamente en un hombre durante el tiempo que le es asignado, pasa al
cuerpo de una mujer”.)
Al vivir en comunidad y al no tener intereses personales, esta elite
sería insobornable y su única ambición sería la de asegurar la justicia
en el Estado. De entre esta elite se escogería el jefe del estado, el
filósofo-rey.
Todo esto era una receta segura para el desastre, incluso para una
pequeña ciudad-estado (“a quince kilómetros del mar”), una pesadilla
totalitaria que generaría con rapidez los desagradables métodos
habitualmente necesarios para mantener un régimen tan impopular.
Visto desde una perspectiva posterior, es fácil encontrar fallos en esta
severa fantasía infantil; la misma descripción de Platón le enreda en
contradicciones. Se excluía a los poetas, pero el propio Platón recurre
a soberbias imágenes poéticas en el desarrollo de sus argumentos;
quedaban prohibidos el culto a los dioses, la religión y la mitología,
pero Platón incluye varios mitos en su obra y los
“filósofos-gobernantes” guardan un parecido extraordinario con una casta
sacerdotal; introduce un Dios ideal propio, implacable, que debe ser
obedecido, aunque no se pueda probar su existencia.
En realidad, la visión platónica de la república ideal es un producto de
su época. Atenas acababa de ser derrotada por Esparta en la Guerra del
Peloponeso; ni la tiranía ni la democracia habían funcionado y había una
urgente necesidad de algún tipo de gobierno que proporcionara orden. (De
hecho, algunos comentaristas apuntan que cuando Platón habla de justicia
se refiere más bien a algo similar a orden.) Parecía que la respuesta
vendría de una sociedad estrictamente controlada, como la que prevalecía
en Esparta, pero ésta, muy diferente de Atenas, era una sociedad de
mente estrecha, atrasada en su economía y que, para sobrevivir, había
dado origen a una casta de gamberros estúpidos, dispuestos a obedecer
cualquier orden y a luchar hasta la muerte; el objetivo de esta casta
era sembrar el terror entre las capas inferiores, cada vez más rebeldes,
e intimidar a sus vecinos, cada vez más cultivados y poderosos
económicamente. Platón, o bien ignoraba esto o no quería tomarlo en
consideración.
Sin embargo, lo sorprendente es que el esquema, o algo parecido, sí
funcionó, durante más de un milenio, en la sociedad medieval que, con
sus estamentos inferiores, sus castas militares y su poderosa clase
sacerdotal, guardaba una notable semejanza con la república de Platón y,
en tiempos más recientes, en el comunismo y el fascismo, que también
adoptaron muchos de sus rasgos esenciales.
Platón continuó enseñando en su Academia durante varios años,
asentándola como la mejor escuela de Atenas, cuando, el año 367 a.C.,
recibió noticias de su amigo Dión informándole de que Dionisio, el
tirano de Siracusa, había muerto y le había sucedido su hijo Dionisio el
Joven.
Dionisio el Joven había permanecido encerrado por su padre largos años,
con la idea de frustrarle cualquier ambición que pudiera albergar sobre
una sucesión antes de tiempo; encarcelado en el palacio real, Dionisio
el Joven pasó sus días laboriosamente, serrando maderas con las que
construía mesas y sillas.
Dión pensó que ésta era la oportunidad perfecta para Platón; por fin
contaba con el gobernante ideal para instruirle en los modos del
filósofo-rey, puesto que su mente no había sido confundida con otras
ideas (o con ninguna idea, al parecer). Por fin podría Platón llevar a
la práctica su república teórica.
No le pareció a Platón que esta perspectiva fuera particularmente
atrayente, aunque, a la postre, Platón accedió a las súplicas de su
amigo, “por temor de perder mi autoestima y de pensar de mí mismo que
era hombre de sólo palabras, incapaz de llevarlas a la práctica”. Veinte
años después de su primera visita, el filósofo, ya con sesenta y un años,
emprendió el largo viaje a Sicilia.
Platón descubrió a su llegada que la corte de Dionisio el Joven era un
hervidero de intrigas. Algunos cortesanos influyentes aún recordaban al
intelectual snob de la visita anterior y además, entre ellos los había
que estaban en malos términos con Dión; en pocos meses, estos enemigos
de la filosofía se las ingeniaron para acusar de traición a ambos,
Platón y Dión. (Una trampa en la que se hace caer frecuentemente a los
que se proponen establecer una Utopía.). Al comienzo, el carpintero-rey
no sabía muy bien qué hacer, pero después, receloso del poder de Dión,
desterró a su tío, pero no permitió marchar a Platón pues, según dijo al
viejo filósofo, no quería que hablara mal de él en Atenas.
Por suerte, algunos amigos arreglaron la huída de Platón y su regreso a
Atenas, donde le esperaban en la Academia sus fieles discípulos y Dión.
A Dionisio el Joven le ofendió sobremanera la deserción de Platón, ya
que había disfrutado de sus conversaciones filosóficas con él, si bien
no tenía la menor intención de poner en práctica sus ideas. (Siracusa no
podía permitirse jugar con tales experimentos; era entonces el único
Estado lo suficientemente fuerte como para resistir la invasión a Italia
por parte de Cartago.)
Parece ser que Dionisio el Joven se había forjado con Platón una imagen
de padre y estaba celoso de su afecto por su tío Dión, así que se empeñó
en acosar a Platón pidiéndole que regresara a Siracusa. Consternado,
Dionisio aseguraba a todos los que se dispusieran a escucharle (y éstos
no son pocos cuando se es rey, aunque llevara meses fastidiosamente
consternado) que su vida ya no valía nada sin la compañía de su profesor
filósofo. Finalmente, Dionisio envió su trirreme más rápida a Atenas,
con la amenaza de confiscar todas las propiedades de Dión en Siracusa,
que eran muchas, si Platón no venía a verle.
Platón, ya de setenta y un años, dejando a un lado su sano juicio, puso
rumbo a Siracusa; parece que se dejó persuadir por Dión, a quien quizá
le preocuparon entonces otros cuidados más que la posibilidad de
instaurar la Utopía de Platón y “demostrar a los tiranos la primacía del
alma sobre el cuerpo”.
En poco tiempo, Platón se vio otra vez virtualmente prisionero en
Siracusa, sin duda rehusando atiborrarse dos veces al día de cocina
italiana y expulsando cada noche, irritado, indeseables de su cama. De
nuevo habría de ser salvado, esta vez con la ayuda de un compasivo
pitagórico de Tarento, que aprovechó la oscuridad de la noche para
rescatarlo con su trirreme; el anciano filósofo surcó el mar a toda
velocidad hacia la seguridad de Atenas, los bravos galeotes jadeando
bajo el látigo. Años más tarde Dión tendría éxito en lo que quizás había
sido siempre su objetivo; invadió Siracusa, expulsó a Dionisio el Joven
y se adueñó del poder. ¿Intentó instaurar la república de Platón, ahora
que por fin tenía la oportunidad? Parece que no, aunque la justicia
poética triunfaría donde la justicia platónica no pudo; Dión fue pronto
asesinado, traicionado, lo que no deja de ser curioso, por un antiguo
discípulo de Platón.
Así terminaron las salidas de Platón a la arena política.
ÈTICA
La parte no política de la filosofía de Platón ejerció una gran
influencia durante muchos siglos, debido sobre todo a que combinaba bien
con el cristianismo y proporcionaba un sólido fundamento filosófico a lo
que había comenzado como mera fe.
La mente humana consistía, para Platón, en tres elementos distintos: el
elemento racional aspiraba a la sabiduría, el espíritu activo buscaba
conquistas y distinciones y los apetitos ansiaban su gratificación; ecos
correspondientes son los tres elementos descritos en “La República”: los
filósofos, los hombres de acción, o soldados, y la escoria, que sólo
cree en el disfrute y que sirve simplemente para que todo funcione. Al
hombre justo le gobierna la razón, pero los tres elementos tienen su
papel; no podríamos subsistir sin satisfacer nuestros apetitos, de igual
modo que el Estado se detendría si los obreros dejaran de trabajar y se
pusieran a tratar de ser filósofos. El punto fundamental es que la
rectitud puede alcanzarse sólo cuando cada uno de los tres elementos del
alma cumple la función que le es propia, al igual que la justicia
necesita para cumplirse que los tres elementos sociales desempeñen su
propio papel en la sociedad.
“El Banquete”, dedicado al amor en sus diversas manifestaciones, es, con
mucho, el diálogo de Platón de más amena lectura. Los antiguos griegos
no eran remilgados en lo que respecta al amar erótico; la parte en que
Alcibíades describe su amor homosexual por Sócrates hizo que este libro
fuera en general expurgado entre sus obras y, en consecuencia, se
convirtiera en el clásico clandestino de los monasterios medievales.
(Las sucesivas ediciones de “El Banquete” fueron solemnemente colocadas
en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica hasta 1966).
Platón ve en el amor el impulso que dirige el alma hacia el bien; en su
forma inferior, este impulso se expresa en nuestra pasión por una
persona bella y en nuestro deseo de inmortalidad al crear descendencia
con esa persona. (…) Una forma más alta de amor es la que implica una
unión hacia aspiraciones de naturaleza más espiritual y es la que da
origen al bien social. La más alta forma de amor platónico es la
dedicación a la filosofía; su clímax es la consecución de una visión
mística de la idea del bien.
Platón murió a los ochenta y un años y fue enterrado en la Academia. La
Academia de Platón continuó floreciendo hasta que fue cerrada finalmente
por el emperador Justiniano en el 529 d.C., en un intento de suprimir la
cultura helenística pagana, a favor del cristianismo. Esta fecha marca,
para muchos historiadores, el fin de la cultura Greco-Romana y el
comienzo de la Alta Edad Media
.
EPÍLOGO
A Sócrates le sigue su discípulo Platón, de igual modo que a Platón le
sigue su discípulo Aristóteles, formando así los tres el triunvirato de
los grandes filósofos griegos. Aristóteles desarrolló y criticó el
pensamiento de Platón, introduciendo muchas ideas suyas y creando en el
camino una filosofía propia, aunque la filosofía de Platón, conocida
como platonismo, continuó floreciendo en la Academia.
Esta filosofía se expandió con la llegada del Imperio Romano,
perdiéndose en el camino diversos aspectos de la filosofía de Platón.
Obviamente, no era aconsejable el discutir sobre utopías políticas en un
imperio regido por hombres como Calígula o Nerón, y otras ideas, como
las matemáticas, no eran interesantes para los romanos, y simplemente
las ignoraron.
El platonismo evolucionó con los años; algunos de sus practicantes más
leales llegaron a la conclusión de que, aunque la filosofía de Platón
era correcta, él mismo no sabía a veces de qué estaba hablando, y
decidieron que ellos sí lo sabían; el resultado fue una nueva filosofía
conocida con el nombre de neoplatonismo, en la que, por lo general, se
acentuaron los elementos místicos del platonismo; creían en una
jerarquía del ser, ascendente desde la multiplicidad a la última
simplicidad de lo Bueno (o lo Uno).
El exponente principal del neoplatonismo fue el filósofo del siglo III
d.C., Plotino, que había sido educado en Alejandría y que fue discípulo
de un antiguo cristiano convertido al platonismo, lo que dio lugar a que
muchas de las ideas de Plotino fueran de un tenor casi cristiano.
Inevitablemente, cristianismo y neoplatonismo entraron en conflicto al
extenderse por el Imperio Romano; por un tiempo, se vio en el
neoplatonismo el baluarte principal contra la marea del cristianismo.
El siglo IV d.C. vio el nacimiento de san Agustín de Hipona, la más
brillante cabeza filosófica desde Aristóteles. A san Agustín le
inquietaba la falta de contenido intelectual en el cristianismo; se
sentía, por otra parte, atraído por el neoplatonismo, así que llegó a
reconciliar la filosofía de Plotino con la teología ortodoxa cristiana,
dando de esta manera un fundamento más sólido a la cristiandad. Las
ideas evolucionadas de Platón fueron injertadas en la única fuerza
intelectual capaz de sobrevivir a la siguiente Alta Edad Media.
El platonismo (de una u otra tendencia) se hizo parte de la tradición
cristiana que, a través de los siglos, produciría una sucesión de
pensadores.
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