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Los condicionamientos de la vida
En el lecho del valle y a lo largo de toda la barrancada, una faja de terreno, verde esmeralda en primavera y parda en la otoñada, está dedicada a la agricultura. El sembrado de trigo ocupa la mitad del campo cultivado, a pesar de que, por las condiciones climatológicas desfavorables, no es muy rentable; pero proporciona el pan que la mujer hacendosa de antaño amasaba con mimo y cocía en el horno casero con respeto religioso. A pesar de ello, sólo los pudientes. se permitían el lujo de comer el pan que querían. Para abastecer el puchero del cocido diario, se cultivaban las habas, lentejas y. en menos cantidad, los garbanzos y, para alimento del ganado, la cebada, avena, yero, arvejuela...y los forrajes. El cultivo del maíz y la patata se introdujo en las primeras décadas del siglo XIX. Hasta principios de siglo y para aquella economía autárquico, fue básico en Arnéscoa el cultivo del lino. que proporcionaba la fibra que nuestras abuelas hilaban en las largas veladas de la invernada y que tejida en rudimentarios telares, se traducía, al final de una labor meritoria de artesanía, en sábanas y guazales, bustazales y camisas, rnanteles y piezas de lienzo... todo el ajuar de ropa blanca que con aroma de manzano o de membrillo, guardaban las casas -grandes- en sus viejas arcas de roble. Entre los cultivos sestean ¡os pueblos: sobrias y sólidas casas de mampostería y armazón interior de madera de roble, que con sus corrales y líneas al lado, se agrupan a la sombra de sus respectivas iglesias. Pero la primordial fuente de vida del amescoano la ha constituido sus montes en su múltiple función de proporcionarle madera para sus construcciones, leña para el hogar, pasto para sus ganados... y trabajo para el carbonero o peón forestal. los montes enmarañan su vida y cierran el horizonte del valle encajonado por las vertientes de las dos sierras que lo configuran. La falda de Lóquiz se recuesta hacia el sur y está vestida de robles con una mancha, en su extremo orienta¡, de verde crudo de encinos. La ladera de Urbasa es casi vertical, poblada de roble y haya y almenada de rocas. Por los puertos se comunica el valle con la meseta. Cada pueblo cuenta con su puerto (boquete que le da acceso a la cumbre a través del borde rocoso ... ) y cuida con es- mero su camino-puerto que arriba a la sierra, a la que el amescoano considera parte de su majada. En la meseta, y a lo largo de las dos Amáscoas, la comunidad de ambas posee, en propiedad exclusiva y privativa, una faja de terreno de 57.668 robadas (5.178 Has. 58 a.). La propiedad de este trozo de sierra tiene su origen en una gracia hecha a los amescoanos por el rey Carlos III el Noble en el año 1412, confirmada en 1476 por los reyes don Juan 11 y doña Blanca y ratificada por el duque de San Germán, virrey de Navarra, en nombre de Felipe 111, en 23 de enero de 1665. Administra este monte llamado Limitaciones. una junta formada por los ayuntamientos de los dos valles, más un diputado de Améscoa Baja y otro de la Améscoa Alta. Los amescoanos llaman a esta junta de Aristubeiza, por denominarse así el paraje donde estaba enclavada la casa en que celebraba sus reuniones. El usufructo del monte se ha regulado siempre por unas Ordenanzas aprobadas por la junta, después de haberlas expuesto al público. por si los vecinos tienen algo que re- clamar contra ellas. Con arreglo a estas Ordenanzas todo vecino de las dos Améscoas tiene derecho: 1. A una parcela de cultivo de cinco robadas. 2º. A disfrutar en él de yerbas y pastos. 3º. A un lote de madera (ahora su importe en dinero), que supone un ingreso saneado para todas y cada una de las familias de Améscoa. Como además participa del derecho de todos los navarros en el goce comunal de los pastos en los montes reales y al estar ésta tan a la mano, es por toda la sierra que al amescoano tiene su andada. Allí a una altura media de mil metros sobre el nivel del mar, con arbolado frondosísimo de hayas con abundante patos en rasos impresionantes de hierba corta y fina ha vivido en régimen de semilibertad y como señor de la sierra el Poney al que se le ha llamado el caballito de las Améscoas. Allí buscan su sustento diario, durante la mayor parte del año, la vaca roya pirenaica y la oveja lacha. Tras su ganada exponente de su riqueza, el amescoano , incansable andarin y azotado desde niño por todos los vecinos, ha gastado muchas jornadas con el palo o churra a la mano y el zurrón de piel de cordero o cabrito a la espalda. Más aperreada fue la vida del carbonero. Con el otaldi en el zurrón subía el lunes a la sierra para toda la semana (otaldi llaman en Améscoa al cupo de comida que llevaba el peón forestal o carbonero para toda la semana). Su jornada de trabajo, de sol a sol...; su régimen de comida, espartano... (cocido de habas, tocino y agua fresca); su habitación, la chabola...(cobertizo rústico de armazón de estacas cubierto con céspedes): su lecho, el santo suelo con mullido de biercol. Dios vistió a nuestro valle de bastante hermosura; la grandiosidad de sus montañas, la crestería rocosa de la sierra, los rincones bravíos del Nacedero y Basaula, el frescor y amenidad de las riberas del Urederra, impresionan por su belleza: mientras que la diversidad de los tonos verdes de sus bosques y prados es pura delicia para los ojos. |