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Refugio en las guerras
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Refugio en las guerras
El gran estratega militar que fue Zumalacárregui escogió el valle de las Améscoas como excelente refugio y lugar seguro para ponerse al abrigo de incursiones enemigas. El bastión defensivo de Amescoazarra hacia del valle en la antigüedad una fortaleza inexpugnable. Y los busques de sus flancos y las rocas que bordean la cumbre de Urbasa "proflancos y las rocas que bordean la cumbre de Urbasa "proporcionaban una defensa perfecta a las guerrillas que pueden retirarse de roca en roca y revolotear como buitres alrededor del enemigo" Aquí instaló el general carlista sus fábricas de pólvora, sus hospitales y aquí se retiraban, para reponerse, los batallones de voluntarios. Oigamos 1o que en 14 de mayo de 1835 decía el pueblo de San Martín al "Excmo. Sr. General de los Ries Exrtos. D. Tomás de Zumalacárregui”: “Que hallándose en este pueblo la fábrica de pólvora, está sufriendo el alojamiento de opera rías de ella, el mucho trabajo de bagajes, tanto para trae leña, cuanto para dar curso a cuantos efectos trae el en cargado de ella D. José María Goñi, el de batallones que llegan, varios heridos que vienes y en fin, el continuo alojamiento de partidas que vienen a armarse a la real fábrica de Ecala, el de Eulate lleno de heridos y los demás pueblos aorillados, se halla este sumamente agravado... y suplica si puede exonerarle de alguna carga"
La fábrica de pólvora de San Martín estuvo situada en la Tejería, en los linderos de las tierras de cultivo con el bosque de la Aldaya. A eso de las tres de la tarde del día 2 de julio de 1835 se quemó. y a consecuencia de la
explosión murieron treinta y ocho voluntarios, entre ellos un oficial, don Gregario Zugasti natural de Abárzuza. Treinta y ocho escuetas partidas, inscritas en el libro de difuntos de la parroquia de San Martín, dan fe de este trágico suceso, cuya relación cierra el abad don Francisco Olazarán con esta lacónica nota: "Certifico que todos los contenidos en estas partidas, fueron volados en la quema de la fábrica de pólvora, que se instaló en este lugar para C. 5. y fue trasladada a Zudalre y aunque los más trabajaban en ella, pero no todos".
El resultado de la campaña puso de manifiesto lo acertado de la estrategia de Zumalacárregui al que se le dio el mote de "águila" y también "lobo de las Améscoas" y a quien únicamente el general Valdés se atrevió a inquietar en su escondite, en una intentona en la que Valdés se las prometia muy felices pero que resultó un serio descalabro para el general isabelino.
Resumo el relato que de esta expedición hizo C. F. Henningsen, capitán de lanceros en el ejército carlista, algunas de cuyas puntualizaciones coinciden con los documentos que obran en mi archivo parroquia¡. Después de clamar en las cortes contra Rodil y Mina por su impericia. Valdés, asumió, por segunda vez, el mando del Ejército del Norte. Su plan consistía en reunir una fuerza tan numerosa que obligase a los carlistas a salir de sus escondrijos y, después de haber marchado a través de las Amécoas y Andia. zonas que él se imaginaba constituían las fortalezas más importantes de sus enemigos, no dejarles libres para re- construir sus fuerzas. sino perseguirlas día y noche, donde quiera que fueran, hasta que quedase totalmente disperso el ejército de Zumalacárregui. Con 9.000 hombres a sus órdenes emprendió sus primeros movimientos penetrando en las Améscoas hasta llegar a Eulate. "Después de quemar el viejo castillo, en el cual se había establecido una fábrica de pólvora, parece que no se sentía seguro. pues se retiró precipitadamente tan pronto como se le informó de la rápida aproximación de Zurnalacárregui. (Este castillo era el solar de los Eulate’palacio de cabo de armería y casa trencal de los Alvarez de Eulate, los García de Eulate y los Pérez de Eulatel).
El 20 de abril de 1835 después de haber concentrado todas las fuerzas disponibles en las Provincias, y a la cabeza de 30 batallones, vivaqueó en Contrasta, decidido a penetrar en la parte más alta y estrecha de¡ valle: sus fuerzas sumaban de diecisiete a veinte mil hombres. El 21. a primera hora, Valdés avanzó en columna cerrada por el valle; pero sólo podía marchar paso a paso, pues nosotros nos retirábamos a su vista, desparramados en forma de tiradores sueltos. Por la tarde Zumalacárregui atacó a Valdés cuando éste alcanzaba la aldea de San Martín y tuvieron lugar varias escaramuzas, encontrando Valdés que los carlistas estaban llenos de entusiasmo y no eran los salvajes montañeses con quienes se había enfrentado antes, pues todo lo hacían con más precisión y orden que su propio ejército. Ya se acercaba la noche y, bien fuera por el miedo a ser atacado en la oscuridad, o bien por la de- terminación de avanzar a lo largo de las alturas donde no pudiese ser dominado, el hecho es que se decidió a subir a la sierra y acampar en un extenso pastizal alrededor de la venta de Urbasa. Zurnalacárregui estuvo molestando la retaguardia hasta bien entrada la noche. Hacía un frío in- tenso; el aguanieve, la nieve y la lluvia se sucedieron has- ta la mañana. Convencido de que si se detenía en la sierra, sus hombres morirían de hambre y de frío, Valdés se vio obligado a continuar la marcha. Zumalacárregui no dejaba de hostibarlos. Si se detenian y reunían una fuerza suficiente para ahuyentar a los guerrilleros, éstos se retiraban; así se retrasaba la marcha y en cuanto ésta se reanudaba, los guerrilleros reaparecían y eran tan audaces como siempre. Valdés se encontró con que, en tales circunstancias, sus treinta batallones servían más de estorbo que de utili- dad y determinó retirarse a Estella. Zumalacárregui fue cerrándole e¡ paso a la bajada de los puertos, en los desfiladeros. hostigándoles implacablemente y causándoles numerosas bajas, a pesar de) racionamiento de cartuchos.
Valdés perdió todo su equipaje... Medio muertos de hambre. cubiertos de barro, con sus ropas destrozadas y sin nada en la cabeza entraron sus soldados en Estella en gran confusión. la pérdida de Valdés fue comparativamente pequeña en hombres, pero el efecto moral fue inmenso.
Estos hechos de la historia de nuestros días nos llevan como de la mano a pensar que en los años oscuros y atormentados de¡ nacimiento de nuestra monarquía, pudo Améscoa haber desempeñado un papel importante: ya como asilo de desplazados por el alud de la invasión musulmana. ya como refugio de caudillos o buruzaguis, ya como lugar seguro y propicio para organizar huestes y planear estrategias... y hasta se nos hace verosímil que fuera el bastión rocoso de Amescoazarra "el lugar sobre una peña tajada. entre Améscoa y Eulate y Va¡ de lana" -de que nos habla el Principe de Viana-, donde hubiera sido aclamado algún caudillo al que las crónicas alegadas por el P. Moret dieran el titulo de rey y lo llamaran señor de Abárzuza y Améscoa.