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El Palacio de Urbasa
La creación del marquesado de Andía tuvo la culpa (feliz culpa) de que se levantara el palacio de Urbasa y se abriera al culto público la basílica del Santo Cristo de las Agonías. Al concedérsela a don Diego Ramírez de Baquedano y a sus sucesores en el mayorazgo la jurisdicción civil y criminal en los montes de Urbasa y Andia. el fiscal del reino urgió al Tribunal del Real Consejo ordenase al marqués fabricar casa y cárcel: casa, para residencia del alcalde que había de administrar justicia; cárcel. para custodia de los reos, porque se decía en la gracia de concesión que "resulta de conveniencia pública haya quien cuide de los robos. diferencias y otros excesos que se cometen en dichos montes". Ordenó el tribunal la construcción de la casa. acudieron el relator y el perito Juan de Beasain y eligieron el lugar donde don Fernando Ramírez de Baquedano, hijo de don Diego, levantó el que todavía hoy se llama palacio de Urbasa. Es este un edificio de cuatro cuerpos ensamblados formando un rectángulo. En sus cuatro ángulos lleva otras tantas torres mochas y en el centro un patio. El zaguán es un porche abierto al verdor de la sierra a través de elegante arcada de piedra labrada. Siete balcones con repisa de piedra y antepecho de hierro dan prestancia a la fachada, que ostenta, señorial. el escudo de armas de los Baquedano esculpido en piedra con gusto barroco. Ningún Baquedano vivió en el palacio de su marquesado. Desde su construcción el edificio señorial se redujo a ser residencia de los "caseros". de los marqueses y del capellán de la capellanía-abadía, Por cierto que a principios de este siglo, el palacio se había democratizado hasta el punto de ser el refugio de todo viandante de Urbasa. Sus macizas y amplias puertas estaban siempre anchas de par en par, para todo hijo de Dios que deseara acogerse a la franca hospitalidad de sus moradores, los venteros y don Francisco el capellán. Pastores, leñadores, ganaderos... todos entraban en el palacio como en su propia casa. En el patio central acorralaban sus yeguas salvajes o sus esquivos novillos, para dominarlos con las cabezadas, colgar al cuello los cencerros o marcarlos con la señal de la casa Dos de las alas eran cuadradas en su Planta baja y el piso lo constituían una serie de pajares llenos de mullida hierba de grato aroma silvestre, presta a servir en todo tiempo de acogedora cama a todo el que se viera en la precisión de pernoctar en la sierra. Una fogata. siempre chispeante, ardía en la espaciosa cocina de negruzcas paredes y chimenea acampanada. Alrededor del hogar trajina. invariablemente, Tiburcia "a ventera"; a las caricias de la llama duerme un perro sabueso: tal vez don Francisco, el capellán, borda una fina malla para los manteles de la basílica, y adosados a la pared, unos escaños de roble esperan a quien llegue en busca de calor, de descanso. o, simplemente. de grata compañía con la que charlar de las incidencias del ganado, de hazañas de caza, de consejas de lobos o de barruntos de nevadas. Todo esto desapareció al comprar la casa y heredades don Juan Echávarri, industrial maderero de Olazagutia. Remozó el edificio y sus alrededores, dotó a la finca de un hermoso frontón, reservó para uso exclusivo de su familia las habitaciones del ala meridional y lo que antes eran cuadras y pajares quedó convertido en un hostal con restaurante, muy frecuentado en verano. |